Yo no soy así

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Hace unos días escribí un artículo expresamente chocante. Se trataba de la transcripción de una serie de argumentos de amigos opositores que terminaban achacándoles a los pobres conductas “no deseadas” en las que incurren personas de todas las clases, como si éstas fueran exclusivas de los siempre marginados. Justificando así la marginación, porque esa gente debe primero educarse, el gobierno debe hacerlo, para que entonces, solo entonces, puedan ejercer su derecho a una vida digna.

La indignación que levantó mi texto se convirtió en un goteo de mensajes en mi buzón cuyo encabezado unánime fue: “Soy opositor, pero yo no soy así”. Me explicaban, sin saberse explicar, que creían que “los pobres sí merecen una vida mejor”, un difuso “mejor” que los lanzaba por el barranco del “pero”, empujándolos a la causa de su propia indignación, a lo indignante.

“Yo no soy así, pero no todos los que reciben casas del gobierno son trabajadores honestos, también hay malandros y delincuentes”. Y yo imagino que quienes viven en urbanizaciones nice son todos unos mirlos blancos. Supongo que allá nadie roba, nadie vende drogas, nadie le pega a su mujer, nadie molesta el vecino, todo es paz. Yo no soy así, pero si es negro y pobre, como que es mejor sospechar… condenar.

“Yo no soy así”, pero me refutas con un elocuente “típica resentida social que lo que quieres es que te regalen lo que otros logran con educación, trabajo y esfuerzo”. Confirmándome dónde está el resentimiento. “Yo no soy así, pero no soy conformista, por eso me opongo, por el bien de los pobres”. Desestimando, eso sí, la opinión de los pobres que dicen defender. Jamás levantan la voz contra el rancho por rancho de Capriles, contra la basura que se traga a los barrios de Petare, ni siquiera por lo huecos que se tragan a sus propias calles, porque no hay peor ciego que los ojos que no ven corazón que no siente. No hay tiempo para eso, el rollo es el gobierno chavista. Con los suyos, callan y otorgan, pero “yo no soy así”

Yo no soy así, pero son. Envueltos en un manto de prejuicios se cruzan con un espejo que les devuelve un reflejo indignante, en lugar del reflejo de esa buena persona que pretenden y quieren ser. Entonces cierran los ojos y, autoayudamente, repiten: “Yo no soy así”.


España inmadura

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Las noticias que llegan de España son escabrosas. Los escándalos son tantos que a los medios españoles, expertos disimulo, la realidad los desborda, dejándolos sin más remedio que publicar algo de lo que pasa. Ese algo es espeluznante, en España nadie se salva. Ni un solo miembro del gobierno escapa de estar embarrado en un escándalo de corrupción, si siquiera escapa la princesa, arrancando lágrimas de incredulidad a quienes creían en cuentos de hadas. En España los cuentos de hadas se marchitan mientras los españoles mueren de hambre y de pena.

Una crisis económica milimétricamente planificada despoja al pueblo español. El timo del siglo, el timo de toda una era, que hace a los ricos más ricos y a los pobres les deja recortes, privatizaciones, desempleo, desalojos, emigrantes, -¿Nos recuerda a algo?- hambre, ancianos hurgando contenedores de basura porque la pensión no alcanza, sin saber que a lo poco que reciben le queda poco, porque no hay dinero para mantener viejitos que no producen sino gastos.

Todos produce gastos. La gente se empeña en ser costosa pretendiendo salud, educación, sueldos prestaciones, vacaciones a costa de un gobierno que no está dispuesto a dilapidar el dinero, y menos cuando éste se puede guardar bien en unas pocas cuentas privadas en algún paraíso fiscal.

El gobierno español no es de la gente, es el gobierno de los bancos. Los banqueros engordan mientras cierran comedores escolares. La justicia falla a favor del banco que expulsa de su casa a una familia para dejar esa casa cerrada. A un huerfanito de cinco años -leí esta semana- le está cobrando un banco una deuda de diecisiete mil euros que dejó su papá cuando se suicidó ahogado en deudas. El abuso y la injusticia debe tener un límite. Debe llegar la indignación… pero no llega. Llega la culpa y llega por televisión.

España mira la tele mientras la vida se los traga. Programas sádicos de viajes maravillosos a parajes cinco estrellas, la obscena opulencia de Dubai en la sala de la casa de un cuarentón sin empleo, clic, otro canal: las casas de los famosos; clic: los secretos de las estrellas…- ¿por qué ellos y no yo?-, clic: Una tertulia política: “Porque la gente planifica, porque nunca ahorraron, porque se metieron en hipotecas sin saber que podían pagar…” -Dice un experto encorbatado-. “España tiene que entender que hay que apretar el cinturón.” -Agrega otro experto cuyo cinturón sepultado bajo una barriga desbordante no podemos ver. Clic: off…

Esta semana, según el Barómetro del Real Instituto Elcano, en esa mismita España, Nicolás Maduro resultó ser el líder peor valorado por esos mismitos españoles que están definitivamente jodidos.


¡Abran los ojos!

 

Who Me?

 

Todavía hay gente que se pregunta por qué soy opositor, gente que no ve porque el fanatismo ciego chavista nos les deja entender, pero bueno, en nombre de la libertad y el progreso, en nombre de la gente decente y pensante de este país, yo voy a dedicar unos minutos para convencerlos de lo equivocados que están.

 

Fíjense el desastre de la Gran Misión Vivienda Venezuela, Misión Gallineros Verticales diría yo, porque es increíble: esa gente son como animales, ¡Qué modales! ¡Qué falta de educación! Oyen vallenatos hasta tarde en la noche, ¡Vallenatos! No como pasa en Alto Prado, donde los vecinos súper nice ponen música hasta la madrugada pero música de calidad. Cuelgan en las ventanas de los gallineros la ropa a secar, con lo civilizado que es comprar una secadora. Cómo no protestar contra esa barbaridad de sacar de sus ranchos y darle casas a unos seres que no se han graduado de personas. Las cosas se hacen como se deben hacer: que los dejen donde estaban ¡Qué importa! mientras que se les obliga a asistir a unos cursos de convivencia ciudadana donde les enseñen cómo se vive en comunidad. Porque esos gallineros los hicieron cerca de mi casa, como una afrenta, como un atentado para dividir al un país que desde siempre convivió en ordenada paz: los pobres allá donde no molestan y nosotros aquí sin molestar. ¿Acaso nosotros nos metemos en sus barrios? En un país civilizado cada quien tiene su espacio y ya.

 

Porque todo está mal con este gobierno. Fíjense en las misiones, fábricas de burros con diplomas. Es deprimente ver que algunos tienen la ortografía de un niño de tercer grado. Yo jamás me quejé de que un gentío no hubiera podido estudiar, creo que era mejor así porque preservábamos el idioma del sacrilegio insoportable ver cambiada una S por una C. ¡No es no!

 

Y así es con todo. Que si la salud mejora, pero con unos cubanos sospechosos de nada bueno, que si la gente come tres veces al día, pero comida de marcas que ni en sus casas las conocen, que les dan Canaimitas a los niños, ¿para qué? si se va la luz y no las van a poder cargar… Y así podría pasar catorce años explicándoles a los aplaudidores de oficio, catorce años de un gobierno que no ha hecho nada, y que todo lo que ha hecho lo hizo y hace absolutamente mal.

 


Reflexiones hormonadas

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Mujeres en un mundo de hombres buscando igualdad de derechos, incorporando nuestras redondeces a un sistema masculinamente cuadrado, sepultando nuestra esencia, castrándonos, borrándonos en una lucha, muchas veces mal entendida, que debía ser nuestra liberación.

La nuestra, ha sido una lucha larga, ocupamos espacios antes imposibles, ganamos mucho, sí, pero perdiendo tanto. Lo que logramos se nos vuelve en contra. En la medida en que nos igualamos a los hombres nos negamos a nosotras mismas lo que somos, lo que nos grita nuestro cuerpo femenino y hormonado. Mujeres modernas, liberadas… reprimidas que nos insertarnos en un sistema que nos marginó y que hoy nos traga y nos mal digiere, poniéndonos frente a una nueva lucha más profunda, esencial.

Planteado el tema de la lactancia materna, madres amorosas ponen el grito en el cielo: ¡Con mi tetero no se metan!. Y tienen argumentos para gritar y patalear en la superficie donde patalean los dominados. ¿Cómo voy a amamantar a un bebé si en mi trabajo no hay dónde hacerlo? ¿Cómo voy a trasladarme de mi trabajo a la guardería lejana (otra aberración del sistema) para darle la teta? Y tuercen la lucha hacia su derecho al tetero, sin mirar que la pelea es por el derecho a un sistema que no atente contra nuestra naturaleza.

Parece idiota tener que decirlo, pero no somos iguales a ellos. Tenemos capacidades distintas: nosotras cargamos con la barriga, nosotras parimos, nosotras tenemos tetas para amamantar a nuestros hijos que, apenas nacen, se prenden a esa teta porque ahí está su sustento, su seguridad. Es nuestra naturaleza mamífera.

Y se hacen leyes que no servirán de mucho si no llegamos al fondo y empezamos a desmontar estructuras patrialcales petrificadas por los siglos de los siglos, clavadas en nuestras conciencias de tal modo que nos llevan, incluso, a la negación de lo que somos en nombre de una igualdad planteada en términos imposibles. Buscar encajar donde no encajamos es pelear la mitad de la pelea.

Esta lucha supone reconectarnos con nuestra naturaleza femenina, escuchar lo que nos grita el cuerpo con tetas huérfanas de bebés, chorreando solitarias lágrimas de leche en horario laboral, y el corazón engurruñado que entregó lo que más quiere a cambio de tiempo para ganar el pan y -cruel ironía- un pote de fórmula materna. Esta lucha supone la revisión de todo lo que creemos aceptable, moderno, conveniente, incluso liberador. Se trata de conquistar derechos sin ceder a cambio otros derechos innegociables, tantas veces negociados. Se trata del reconocimiento integral de lo que somos para poder desarrollarnos plenamente sin tener, en ningún caso, que sacrificar nuestra esencia de mujer.


La trampa sale, o sea

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O sea, yes, otra vez hay elecciones, o sea, again. Porque eso es típico de las dictaduras, poner a votar a la gente todo el tiempo, o sea, para distraernos, para que no nos demos cuenta de que el comunismo nos está matando, y para violar el derecho de la gente decente y pensante, o sea, la sociedad civil, de salir de vacaciones el día que libremente nos de la gana, o sea, porque, o sea, todas las elecciones caen justo el día en que yo encontré cupo para Mayami, porque nunca hay cupo, o sea, sufro como Maricori.

O sea, pero hay que votar, o sea, porque los votos y los cacerolazos son nuestra voz.

Claro que el CNE es tramposísimo y nos roba los votos. Claro que hubo fraude el 14 de abril. Claro que las captahuellas no leen tu dedo sino algún mugroso dedo chavista que luego la máquinita de votación reconoce y cambia tu voto. Claro que vota hasta el Negro Primero que nació en la época de Cristóbal Colón, porque los muertos votan, o sea, porque los muertos se convierten en zombies por culpa de los babalaos cubanos y votan y Negro Primero, con ese colorcito que lo delata, o sea, no va a votar por la Venezuela decente, o sea. Claro que la testigo Betzy no se presentó. Claro que tenemos todas las pruebas del fraude, o sea, y de todos los fraudes, hasta tenemos la espoleta de ese viejito adeco que dijo, o sea, que no lo van a provocar, y algún día, o sea, se va a saber la verdad.

O sea, no se si habrán notado que los chavistas ganan cuando nosotros perdemos y eso es una prueba clara del fraude, o sea, y que si ganamos en Miranda fue que hicieron trampa, o sea, para obligar al Flaco a ser gobernador para no fuera presidente. Además, la trampa chavista es una forma chavista a de igualar hacia abajo, o sea, y es así como un muchacho súper nice como Carlos Ocaríz, queda siempre como un simple alcalde, o sea, igualito que cualquier alcalde chavista esos municipios hurriblis que hay en todo este pobre y triste país, o sea, me iría demasiado…

Pero en su trampa chavista, nosotros, como somos inteligentísimos, les terminamos ganando, o sea, salvando los pocos municipios de gente decente y pensante que quedan en este país y por eso que tenemos que votar, o sea.

 

 


Aparatico infernal

 

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Existe un aparatico infernal que sirve para medir el calibre revolucionario, siempre deficiente, de cualquiera que se cruce en el camino de su dueño. Ni se compra ni se vende, cae en manos del perfecto revolucionario, ser auto-elegido como virtuoso portador del revolucionómetro para apuntar, medir y desenmascarar a todos, menos a si mismo, porque el perfecto revolucionario gafo no es.

Con la verdad en una mano y el revolucionómetro en la otra, constata impurezas ideológicas ajenas que le confirman que nadie, después de Marx, Lenin y el Che, es más revolucionario que él. Y nadie, como él, es más chavista que Chávez, porque hasta el mismísimo Chávez sería revelado como un infiltrado, quinta columna, pequeño burgués, de ser apuntado por tan nefasto aparatico.

El revolucionómetro es la máquina de la sospecha. Todo lo que hagas o digas será usado en tu contra. Todo apuntará a desviación ideológica, retroceso o traición. Si no me gusta lo que dices, te apunto con mi revolucionómetro. Si no haces lo que yo digo, te vuelvo a apuntar. Dispara su sentencia inapelable y la grito a los cuatro vientos, para que sepa el mundo entero que el revolucionario perfecto soy yo.

Cargado de frases hechas, tiesas e irrefutables, el revolucionómetro mide cada gesto, cada palabra, cada paso del otro, del compañero dudoso, para corroborar la certeza y alimentar egos mezquinos que viven para tener siempre la razón.

Entre otras convenientes funciones, el revolucionómetro interpreta las palabras de Chávez, haciéndolo decir cosas que nunca dijo, pero que el perfecto revolucionario quisiera que hubiese dicho. A partir de La Palabra se activan lucecitas y alarmas que alertan que todo, pero todo todito está mal, que giramos a la derecha, que Chávez jamás habría buscado buenas relaciones con Santos, que Chávez jamás habría hablado con Obama o con ningún representante de ese  gobierno imperial. Qué Chávez jamás habría llamado al empresariado a trabajar en conjunto con el gobierno bajo una visión nacional. El revolucionómetro reinventa la memoria de Chávez que ahora no cuadra para nada con el chavismo.

Entonces constata el dueño del revolucionómetro lo que siempre sospechó: que la revolución no es tal, que el chavismo es reformismo, que el pueblo no sabe, que no se deja enseñar, que la dirigencia no dirige, no escucha, no profundiza, no avanza, que pacta, que todos están equivocados menos él: el revolucionario perfecto que, ciego de arrogancia, apunta su infernal aparato a sus propios compañeros, convirtiéndolos en el enemigo, como si olvidara que el enemigo es otro y es gigante, poderoso y feroz.

¡No me ayudes, compadre! Apaga ese aparatico y sigamos andando, que pa’ lante es pa’ llá, y para allá vamos, eso sí, chavistamente, como mi Presi nos enseñó.

 

 

 

 

 

 

 


La vida oscura de Clara: Globotraición

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Clara, la de la vida oscura, resiente el sol del lunes que quema sus ojos irritados de llorar. Clara, se hunde en su síndrome de abstinencia. Clara, hace una semana, bloqueó a Globovisión.

Tantos años de lealtad televisiva en segundos lanzados por la borda al mar de la traición. Tantos momentos inolvidables, como aquellas noches de domingo arrulladas por las promesas apocalípticas de Nitu y sus ilustres entrevistados, augurando la hecatombe inminente que acabaría con todo, menos con ellos, of course, la gente decente y pensante. Tantas “Buenas Noches” de pesadillas noticiosas, justo antes de dormir… Y llegó el insomnio, y se hizo crónico y Clara sufría satisfecha, porque nadie que sea decente puede dormir bien en el comunismo y ella no duerme, como supone que no duerme Nitu, quien ronca enrollada en un edredón de plumas, o Carla, que abrazada a su osito de peluche sueña con otro patrocinante de alguna marca súper nice y carísima, que contradiga en los cortes comerciales la profunda crisis económica que se traga a su hermoso, pobre y bananero país, o sea.

Arde en la memoria de Clara el recuerdo del Globopotazo. Horas de pie en el semáforo de Prados del Este, a pleno sol, con su pote desafiando, bolívar a bolívar, a la dictadura opresora. “Viole esas leyes chavistas, Don Guillermo, que aquí estamos nosotros para pagar sus multas. Especule pero dé empleos, haga lo que tiene que hacer, que nosotros lo apoyamos.”

Don Guillermo dueño de un canal de televisión en el abismo de la inviabilidad económica, hizo lo que se hace en el libre mercado. Don Guillermo, pensando en su bolsillo, apagó la luz y vendió Globovisión. Su nuevo dueño hizo lo que dicta la libertad de empresa, es decir, lo que le dé la gana porque ese canal es suyo, o sea, propiedad privada. Y Clara, defensora feroz del capitalismo ídem; ella que una tarde le reventó un paquete de arroz en la cara a aquel funcionario chavista hurribli que atentaba contra la libertad de lucro de los pobres comerciantes… Clara, la de la vida oscura, sola, huérfana, desconectada, llora ante su tele apagada negando con su cabeza -¡pobrecita!- que ya no entiende nada.

Y desde una ventana vecina, se cuela una voz lejana: El CNE fija lecciones municipales para el 8 de diciembre. ¡Plop!


Cayapa organizada

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Me preocupa la tendencia de algunas personas, quizá más que las que quisiera, que suelen atribuirnos ciertas cualidades mágicas, salvadoras, poderosas, a quienes trabajamos en los medios. Esta es una equivocada creencia cuyo único e inútil resultado es que algunos terminemos cargando, en primera y única persona, responsabilidades que son de todos, responsabilidades colectivas.

Me pasa todo el tiempo. Compañeros llamando a mi programa para decirme que el pollo está carísimo, en una especie de denuncia genérica, cualquier pollo en cualquier lado; lo mismo si se trata de un bote de agua, o un problema en un comedor escolar. Problemas que atañen a colectivos enteros y que vienen a parar en una cabina de radio, a un programa que los funcionarios responsables seguramente nunca van a oír.

¿Hiciste la denuncia donde corresponde? -Pregunto. “Para qué, si esa gente no hace nada” -es la constante respuesta, y no lo niego ni lo afirmo, pero si ni siquiera denunciaste ¿cómo saberlo?. Lo que más sorprende es la rendición anticipada, la derrota concedida sin pelea.

Y es verdad que esa burocracia que todo lo complica y nada resuelve nos hace sentir impotentes, desamparados, insignificantes. Pero claro, porque va uno solito a exigir que las cosas se hagan a una oficina llena de funcionarios que chatean, bostezan y de paso cobran por eso, y que te van a caer en cayapa para preservar su paz laboral. Es una lucha dispareja y será dispareja siempre que creamos que los problemas de todos se solucionan de manera individual.

Hablemos, por ejemplo, de la especulación que nos tiene tan hartos: Imagino a veinte señoras que una misma mañana hicieron sus compras en el mismo mercado. Las imagino llegando todas juntas a INDEPABIS a denunciar y a avisarles que harán seguimiento de su denuncia, y que ahorita son veinte, pero desde ya están haciendo un movimiento de señoras (y señores) en pie de lucha contra la especulación, convencidos y dispuestos a derrotarla y, de paso, derrotando, esta vez en cayapa mayor, a aquellos funcionarios cayapeadores que más que ayudar estorban.

Hasta se puede hacer por Twitter, así, en cambote, unidos como unidos posicionamos etiquetas. Todos denunciando el especulador en todas partes a toda hora. Es facilito: Una foto del producto con el sobreprecio, el nombre, ubicación y RIF del negocio especulador y ¡tuit! a @Indepabis, si se trata de productos regulados o a @Sundecop para el resto. ¡Vualá!

Imaginen un chaparrón de denuncias llegando de cada rincón del país, miles y miles de personas en acción, asumiendo responsabilidades, tomando la riendas, denunciando, haciendo seguimiento, exigiendo resultados… Organizados.

Organizados, pensando en colectivo, haciendo efectivo el ejercicio del poder popular.

 

 


La noticia de la semana

 

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Esta semana Iraq seguía ensangrentada por una guerra que se inventó con grandes titulares y que,10 años después, sigue matando en silencio. Mientras, en Siria, donde se cocina una nueva mortífera invasión humanitaria, fueron capturados 5 militares israelies junto a mercenarios disfrazados de rebeldes, que intentan derrocar al gobierno para  entregar al país a la mano extranjera que los alimenta. A todas estas, “Nobel de la paz” Obama, calla y otorga el permiso para la alimentación forzosa de los rehenes que mantiene en el campo de concentración de Guantánamo, que se empeñan, quién sabe por qué, a hacer una huelga de hambre reclamando quién sabe qué. Y como una cosa lleva a la otra, Barack recuerda Afganistán y justifica el uso de drones para llevar la libertad a los afganos, liberándolos de la vida, convirtiéndolos en daños colaterales. Drones que cuestan un realero y tienen problemas presupuestarios, por lo que cerraron, esta misma semana, 50 escuelas en la ciudad de Chicago. Pero tranquilos, son escuelas en barrios de negros e hispanos, que, de todos modos, serán un día carne de cañón, digamos, daños colaterales internos. Eso, usted no lo vio en CNN, ni en el Washington Post.

En Europa, El fantasma de franquismo recorre España desmontando a patadas el estado de bienestar que tan poquito les duró. 526 embargos hipotecarios al día, suicidios, daños colaterales de la avaricia financiera. Dos periodistas golpeados y detenidos por fotografiar protestas. Ojos que no ven… Saca España el pan de la boca del español hambriento y lo convierte apoyo a mercenarios en Siria… Otra vez Siria… Emigran, huyendo del 56% de desempleo, miles de jóvenes españoles a Londres, donde hay recortes, impuestos y xenofobia, pero también trabajo de ayudante de cocina. Y sus  madres en un kiosco de Madrid, comentan la creciente pancita de la princesa inglesa en la portada ¡Hola|, revista de los ricos para un pueblo oprimido que todavía cree en cuentos de hadas. Junto a ¡Hola!, los periódicos del mundo, a modo de consuelo comparativo traído por los pelos, titulan en letrotas negras la noticia de la semana: Escasea el papel de baño en Venezuela. Suspira su alivio el mundo libre: Sin techo, sin trabajo, sin pan, pero, eso sí, con el culo limpio.


Las cosas no son como son

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Una mujer paría. Su compañero miraba perplejo el acto más poderoso que había presenciado en su vida: Su mujer le paría un hijo, su mujer paría perpetuidad, solita, apta, en posesión de su cuerpo, fuerte, desbaratando a pujidos el mito del sexo débil ante los ojos de un hombre que lucha por no desmayarse. Un bebé en camino hacía lo suyo junto a su madre, conectados a la vida, a la inevitabilidad del nacimiento. El hombre solo podía mirar aquella coreografía acompasada que nadie nos enseño, que hemos sabido desde el mismo principio de nuestra existencia; y que nos quieren hacer olvidar.

Es que somos humanos, ocupamos la escala más alta de la evolución, razonamos. ¿Razonamos?

Sí señora, pasa que usted no es una vaca y mucho menos una perra, ¡válgame Dios! Los humanos evolucionamos para llegar a este cómodo punto en el que el podemos borrar médicamente el bíblico “parirás a tus hijos con dolor”; porque duele mucho, señora, y si se tratara solo de dolor, pero se trata de los riesgos, se trata de ponerse en manos de quien sabe hacer las cosas que usted, a menos que se considere una vaca, no sabe hacer. Desconéctese de su cuerpo señora, y póngalo en buenas manos.

Cedemos y nos sometemos a una medicina arrogante que convierte al parto en un procedimiento médico. Mujeres poderosas convertidas en pacientes indefensas. Nos acostamos sumisas en una cama que parece un potro de torturas, bajo intensas luces que queman a nuestros ojos parturientos; y horas y horas de sed y hambre, con una vía en la vena que nos envenenándonos, acelerando el ritmo perfecto de la naturaleza; y ese entrar y salir de ruidosos extraños, que nos tocan como si tocaran, esta vez sí, a una vaca, y que nos llaman flojas, lloronas y el que cuerpo nos grita que nos pongamos de pie, que caminemos, que nos agachemos, que apaguen la luz, que hagan silencio, que yo pujo cuando yo quiera, que mi bebé y yo sabemos desde los siglos de los siglos, amén.

Eso si no nos convencieron antes de evitar esta atrocidad con una cómoda y rápida cesárea. Mire usted, hasta podemos programar día y hora para evitarnos molestos madrugonazos. Se corta, se saca y ya. Nacimiento express.

¡Sí, se lo suplico! ¡Sálvenos de la naturaleza, Doctor!

Y se mutilan vínculos vitales, vínculos emocionales que dejan secuelas imborrables. Se violentan los días más importantes de nuestra vidas, el día que nacemos, el día que parimos, en nombre de una ciencia médica que perdió su norte y nos hizo perder el nuestro.

Podemos parir y es nuestro derecho. Parir como nos grite el cuerpo, y el cuerpo solo grita ¡Doctor! en casos excepcionales, cuando definitivamente no puede. La medicina es un apoyo y el médico un acompañante del parto, no su cruel protagonista.

Nosotras, cuántas veces en nuestra lucha creyendo que nos liberamos hacemos todo lo contrario.