Postales de campaña

Claros como el agua

En el último rincón de la isla de Coche se nos acercó una pareja jovencita. Ella peinada con viento y salitre, él tomándole la mano con sus manos ya callosas y curtidas por el trabajo. Muchachos que se asoman a la vida adulta por una ventana bloqueada. Vinieron a contarnos que el camión cisterna llega siempre justo a la frontera de su casa. Sedientos, se quedan velando al vecino que tiene la suerte de vivir unos metros más acá, en la curvita donde el camión sí llega. Pero no vinieron solo a eso, vinieron a traernos dos pescados que nos querían regalar. Nuestro pueblo, aún en la situación más adversa, siempre tiene algo que dar. 

Paradójicamente, esa tarde cayó un palo de agua y los aleros de las casas derramaron litros de agua que se convierten en riachuelos que termina bebiéndose el mar. 

El agua es el tema de Nueva Esparta, islas “todas rodeadas de agua” que dependen de la tierra firme. Un tubo submarino, como un cordón umbilical, nos conecta a la vida que se va derramando en el camino por las juntas, grietas y huequitos, que aparecen inexorables porque el mar y el viento hacen lo suyo. 

Unos pescadores pasan sobre el tubo todos los días en su ruta de pesca. Ellos ven las fugas de agua dulce desde su bote, saben dónde queda cada una. Ven cómo el agua que falta en sus casas se la traga el mar. Regresan a la isla cargados de pescados y con una idea. Piden prestados equipos de buceo y al día siguiente salen a pescar, pero no corocoros o achiotes, sino fugas de agua dulce. Los que no se rinden, los que asumen, los que actúan, los que no esperan, los que resuelven; luchadores silenciosos, cotidianos, efectivos que saben que esta guerra se gana peleando contra viento y marea.

En Margarita, como en Coche, el agua, siempre el agua. Teníamos una reunión en Guacuco con los CLAP y las UBCH. Había que planificar tantas cosas. Discutíamos, afinábamos y ¡llegó el agua!– escuchamos que avisaba alguien afuera. Cuando llega el agua hay que aprovechar cada minuto, hay que almacenar toda la que se pueda, hay que lavar, regar, limpiar, antes de que se vuelva a ir con el ciclo que recorre la isla poquito a poco, hasta que regresa. Yo pensé que había que apurar la reunión para que pudieran aprovechar, pero nadie se movió, nadie quiso dejar de decir lo que había que decir. Mientras el agua corría por Guacuco, en aquel patio donde estábamos se desbordaban las ideas y el compromiso. 

Y en cada encuentro tantas historias de lucha, tanta fortaleza. Un pueblo entero en resistencia, aguantando el más criminal de los ataques y venciéndolo dolorosamente.

Estamos librando una batalla histórica y nuestros soldados más valerosos son mujeres con sus bebés prendidos a la teta, abuelas amorosas asisten a las reuniones con sus nietos, porque ellas son las que los cuidan, hombres de agua salada que pescan agua dulce, el compañero cundido de canas que conoce todas las historias. Gente (ni tan) normal y corriente son los héroes que escriben a mano, letra a letra, esta gesta histórica que leerán con asombro nuestros bisnietos en sus libros escolares y que tomarán los aspirantes a nuevas revoluciones como ejemplo de claridad, convicción y coraje. 

¡Nosotros venceremos!


Contra viento, asfixia y marea

Convocar a elecciones bajo el feroz y criminal ataque que supone el bloqueo que nos impone la Casa Blanca, es un acto de valentía y convicción democrática.

Desde EEUU calcularon que si nos asfixiaban, desesperados, nos rendiríamos los venezolanos, desistiríamos en nuestro empeño de ser libres y soberanos, se quebraría nuestra terca voluntad de querer vivir de pie, de tomar nuestras propias decisiones, de inventar el modo que nos sirva a nosotros; contrario al que nos quieren imponer, el que sirve a otro, al que nos saquea. Apretaron, apretaron, aprietan… y vamos a elecciones, porque nuestra Constitución nos manda.

¡Elecciones no! –claman los “defensores de la democracia” desde el norte–, como si tuvieran vela en este entierro, que es precisamente el entierro de sus planes macabros contra nosotros, los venezolanos. Raros demócratas estos que imponen presidentes a dedo, que apoyan golpes de Estado, que le tienen terror al voto popular… aún cuando nos asfixian, nos siguen teniendo miedo.

Todos sus cálculos errados: Hace 5 años llegaron a la Asamblea Nacional (AN) y calcularon seis meses para acabar con el chavismo. La imagen de Ramos Allup vuelto loco, Wilfrido, cruzando, de lado a lado con su dedo índice su garganta pellejúa, anunciando la muerte que para nosotros deseaba y planeaba. Comienzan las maniobras para la entrega del poder legislativo a una potencia extranjera, para agredir a nuestro país como lo han hecho. Inhabilitados para representar al pueblo que votó por ellos, porque ellos representan al Departamento de Estado. Las caras de dignos diputados, caras de tabla, aprobando, –sin quórum, ¡qué importa!– paso a paso, según les dictaban, el saqueo de nuestras riquezas; allanado el camino, deseando salivantes una intervención militar que llenara nuestras vidas de humo, terror y sangre, y que a ellos les llenara los bolsillos, que es al final lo único que les importa.

Seis meses que fueron un año; llegó y Julio Borges arrastrándose por el mundo en nombre de la AN, para que por favorcito nos bloquearan, que persiguieran nuestro petróleo, nuestro oro, nuestras cuentas bancarias, todo. Y no porque el nauseabundo Borges tuviera el poder para pedirle a gobierno alguno semejantes acciones, sino porque los gringos, sus jefes, lo mandaron, como fachada “legal”, a pedirlas. Un empujón del entonces mayor Lugo, en nombre de la dignidad de los venezolanos, dejó las cosas bien claras. Aquí no mandan los gringos ni sus mandaderos.

Se fue Borges por donde vino y terminó escondido a todo trapo en Bogotá. Se siente la asfixia y Lorenzo está en guerra, mi pana. La inercia de la asfixia planificada sigue apretando. Asfixia que sabe a escasez, bachaqueros, angustia. Aparecen cuartos llenos de billetes venezolanos en Paraguay, Brasil, ¡hasta en Rumania!. No se nota la conspiración, you know. Tampoco se nota que desde esa Asamblea no sale ni una palabra que no sea para favorecer el ataque, que en todo caso, los diputados antichavistas solo sirvieron para anunciar, sin poder ocultar su entusiasmo, los ataques que vendrían, y venían. Y decían contentísimos, ¡se los dijimos!, y se daban palmaditas en la espalda, y le movían la colita al amo siempre inconforme porque el tiempo pasaba y sus perros inútiles y carísimos, no lograban nada.

Pasaron los años y los presidentes de la Asamblea, cada uno con su reguero de fracasos, que no por ser fracasos dejaron de hacernos a todos mucho daño.

Impulsaron sanciones, las mezclaron con campañas psicológicas y mediáticas para presentar a este país que vive en paz, como un país en guerra, como una amenaza para la región. Un país de libertades, a veces hasta excesivas, como una dictadura atroz; a un gobierno que hace lo imposible para mitigar el efecto del bloqueo en el pueblo, como el culpable del crimen que otro cometió.

Así, mientras la asfixia apretaba, cabalgaron sobre ella, denunciando el ”éxodo de millones que huían de la dictadura que los mataba de hambre”. Mientras coordinaban con gobiernos extranjeros y enemigos para que ni un granito de arroz entrara a Venezuela. Ni una aspirina, ni un tornillito. Nada, para que el país se quiebre y se caiga a pedazos “culpeMaduro”.

Un desfile anual de presidentes de la AN, cada uno más nefasto que el otro, ninguno más nefasto que Juan Guaidó, ninguno más criminal, ninguno más cínico. Ninguno más apoyado por el poder gringo, ninguno más fracasado.

Mientras más fracasa Guaidó, más tienen que castigarnos a ver si aflojamos. Más, más bloqueo, más persecución. Nos roban el oro que necesitamos para combatir la pandemia, se mueve el Comando Sur al Caribe para bloquear nuestras costas. “Las sanciones que solo afectan a Maduro” le estallan en la cara a quienes desde la calle las aplaudieron, creyéndoles a los que llevan 20 años metiéndoles mentiras.

Es año electoral y se le acaba la gasolina al parapeto pseudo legal de imponernos a un mamarracho desde Washington. Se les acaba la gasolina y nos quitan la gasolina, y nos van a quitar la luz, como nos han tratado de quitar la comida. Y quitando y quitando, se quitan, en su desespero, las caretas y Guaidó promete que si le hacemos el favor de tumbar a Maduro, él en 15 días trae la gasolina y todo lo demás. “Si me das la cartera, no te disparo”.

Y así, bajo el asedio más brutal que haya vivido cualquier país de este continente, bajo la amenaza de la potencia militar más asesina de todas, bajo la campaña mediática internacional más retorcida, bajo una constante conspiración mercenaria, en medio de una feroz guerra no convencional, el presidente Maduro, pudiendo alegar que la extorsión que supone el bloqueo afecta la libertad de decidir del pueblo venezolano, pudiendo pedir que se retrase o que se cancele la elección, que se obvie el mandato constitucional porque las circunstancias que nos impone el bloqueo son extraordinarias, pudiendo acogerse a la imagen de dictador que el enemigo le ha creado y ya, no lo hace sino que se empeña en el camino electoral que manda la Constitución. ¡Vaya dictadura esta!

Así, el 6 de diciembre muchos votaremos por el Gobierno, otros votarán por la oposición; pero todos, todos, todos, estaremos votando contra el bloqueo criminal que tanto daño y tanto dolor nos ha provocado, y que se gestionó desde la Asamblea Nacional por unos criminales que usaron el voto para intentar vender a nuestro país. La Asamblea Nacional tiene que volver a ser una institución venezolana, no el brazo del Departamento de Estado en el que la convirtieron estos miserables que pasaron por ahí.

El 6 de diciembre, contra viento, asfixia y marea, los venezolanos votaremos por la independencia, la soberanía y la paz.

¡Nosotros, todos, venceremos!


¡Candidata, pues!

Hoy, más que un artículo, me siento a escribir sentimientos que se me atarugan en el corazón. Es que mirando hacia atrás, apenas catorce años, veo todavía con asombro los caminos que he andado, muchos de ellos, paradójicamente sin salir de la mesa de la cocina de mi casa.

Hace catorce años me senté a escribir para contarme cosas a mí misma, como para explicarme y ordenar una nueva etapa que comenzaba a vivir; y en lugar de escribir mis cosas de mamá cuarentona, me lancé a escribir sobre el chavismo y desde entonces no puedo, ni quiero parar.

En estos catorce años he vivido de todo, repito, casi sin alejarme de mi casa. En mi casa, una tarde, escuché mis palabras en la boca de Chávez. En mi casa recibí desde la pantalla de la tele su beso volado. Estábamos en mi casa aquel domingo cuando él me llamó desde La Habana. Yo derretida de amor y emoción al otro lado de la línea me moría de la risa con su risa… “Mi Carola”, me decía… su Carola me quedé.

De la cocina de mi casa a la feria del libro de Caracas, de La Habana, de mi Buenos Aires querido (cuando yo te vuelva a ver)… de Barquisimeto, Maracaibo, Valencia y Porlamar… a hablar frente a un montón de gente, a tartamudear de miedo escénico al principio, a terminar contando historias que nos hacían a todos reír y llorar de amor chavista… Aprendiendo a hacer cosas maravillosas que ni siquiera soñé que quería o podía hacer.

Pasado el bubulú de las ferias, de nuevo en mi casa de tortuga casera. Una noche de domingo, otro domingo, otra llamada de Chávez. Corre a correr tras él en la campaña, Carola, corre y escribe corriendo esta historia de amor colectivo, la más hermosa de todas… Corrí junto a mi Chávez adorado, muerta de miedo porque sabía que no sabía correr como todos corrían. Porque yo nunca había estado en esas correderas. Muerta de miedo de cagarla, de que Chávez se decepcionara, muerta del miedo fui, aprendí, escribí y me traje los besos volados, la risa, otra vez la risa, “tú eres loca, mi Carola” y todo este amor que sigue aquí.

Desde entonces, sigo haciendo lo que siempre hice: escribir en esta misma mesa, mientras que una sopa en el fuego me dice que es la hora de ponerle cilantro, ají… Sigo aquí haciendo lo que hago, defender nuestra revolución, desde las mismas convicciones que hace 14 años me llevaron a escribir de chavismo en vez de escribir de la complicada aventura de de ser una mamá otra vez a los 42 años.

Ya tengo 56. Aquellos cincuenta y seis que contaba que tendría cuando mi bebé tuviera catorce. Entonces imaginaba el futuro y mis 56 lejanos años sin la más remota idea de todo lo que en mi vida pasaría entre aquellos días y hoy. Hoy tengo esos 56 años y desde la misma mesa de siempre me toca escribir que soy candidada a la Asamblea Nacional. ¡Ni en mis sueños más locos!

Incluso hace un par de semanas, yo ni pensaba en ser candidata a nada. Pero otra vez otra llamada, otra vez la impresión, otra vez la lloradera, la risita nerviosa, la duda efímera, la anticipada mirada añorante a mi mesita, a mi cocina, otra vez la convicción de que tengo que ir, de que algo bueno voy a poder hacer y otra vez, desde allá donde sea que está, la risa aquella, el beso volado y esa mirada dulce que me guía por estos caminos que jamás soñé recorrer.

Soy candidata chavista y a Chávez nunca le voy a fallar. Ni a él, ni a mis compañeros, por eso soy candidata. Allá voy, pues, culpechavez, a la Asamblea Nacional. ¿Quién dijo miedo?

¡Nosotros venceremos!


Cuando la realidad te alcanza

Cuando Obama lanzó su nefasto decreto, hicieron fiesta, celebraron como si se hubieran ganado la lotería. Cuando advertimos de sus consecuencias, se burlaron y retrucaron que las únicas consecuencias la sufrirían Maduro, Diosdado y, bueno, los chavistas, que bien que lo merecen por “apoyar esta desgracia”.

Por esa misma época, Lorenzo Mendoza, en perfecta sincronía con el Dto. de Estado, se declaró en guerra. Y todos fueron Lorenzo, que pobrecito, producía a pérdida por culpa del gobierno malvado que solo le dio 5 mil millones de dólares para que fabricara su mazacote de maíz. 

Y gozaron con los bachaqueros, comprándoles por bultos lo que la guerra de Lorenzo le negaba al pueblo. Y no les faltó nada, porque todo lo podían pagar. 

Con las barrigas llenas salieron a fotografiar niños pidiendo pan en la calle, y se sacaban selfies junto a ellos son filtros de lágrimas de glicerina. Y cada vez que intentábamos denunciar el bloqueo (no oficial pero sí efectivo) a Venezuela, volvían con la burlita sádica, culpemaduro, todo culpemaduro, que se tiene que ir ya.

Cuando Maduro inventó los CLAP para salvarnos del hambre que nos impusieron,brotó el veneno: fake news con gorgojos, envenenamientos, lentejas radioactivas, porque el hambre del otro no importaba, nunca importó, lo que importa era tumbar a Maduro y en ese momento se tumbaba con fotos indignadas de gente comiendo basura y el CLAP arruinaba esa foto

La sanciones se hicieron oficiales, y los operadores mediáticos y políticos de la oposición las aplaudieron como una victoria, y a cada vuelta de tuerca aplaudían con más emoción. Y cuando decían que las sanciones solo afectarían al gobierno de Maduro era porque sabían que éstas golpearían al pueblo, a los más pobres, a los más vulnerables, a esos que a los que el antichavismo siempre han despreciado. Contaban con que doblados de hambre, desesperados, les regalaran ese estallido social que aupaban salivantes y no llegaba, no llegaba y no llega…

“¡Maldito pueblo flojo y sinvergüenza que se conforma con una bolsa de lentejas!” –comentaban en un bodegón del este del Este, donde compraban mantequilla de maní y otras chucherías mayameras de primera necesidad. Y con las bolsas llenas, con vidas en dólares, usaron el bodegón boutique como prueba irrefutable que las sanciones no dañan a la gente. ¿Cómo es que el gobierno dice que no puede importar nada si yo pude comprar Nutella y Milky Ways en el bodegón? ¡Como si el importador del Nutella fuera el Ministerio de Alimentación! El cinismo da para eso y también la brutalidad.

Aprieta, aprieta, y ellos goza y goza. Jugando a las almas caritativas impulsan por las redes búsquedas de medicamentos que este gobierno maluco no quiere traer. Tuitean compungidos fotos de niños con cáncer cuyas medicinas, hasta ayer, eran entregadas de manera gratuita y que hoy seguimos entregando, con las uñas, a casi todos los que podemos alcanzar, mientras un barco con medicamentos se devuelve porque los gringos dijeron que no. Culpemaduro, recalca El Efecto Tuyuyo en un lacrimosa y retorcido reportaje dictado por James Story desde Bogotá.

Las sanciones que solo afectan a Maduro nos dejaron sin gasolina. “Ineficiencia, falta de inversión y corrupción“, repitieron como un mantra, obviando que ni que quisiéramos invertir millones y millones, porque las sanciones nos congelan los fondos que pretendamos mover para pagar insumos y repuestos. Obviando que nuestras empresa petrolera fue hecha a la medida de los gringos, tanto así que su cerebro estaba en Houston; que cada tuerca, cada botoncito, cada cualquier cosa pasa por ellos y ellos no nos las van a vender. Obviando que PDVSA es como los F-16 que los gringos nos vendieron para luego negarnos la posibilidad de mantenerlos operativos. 

Nosotros advertimos del peligro de las sanciones. Ellos, desde su soberbia mayamera, no escucharon, aplaudieron y pidieron más. Ahora hacen cola para poner gasolina, digan lo que digan, crean lo que crean, tienen que calarse la cola que era solo para Nicolás.

Y ya no es solo esa cola, es el miedo real de lo que puede venir. Esta semana, periodistas, expertos en economía, asesores, analistas, sintieron ese frííto de espalda que llevamos años sintiendo los que sabemos del criminal efecto de las sanciones. Sintieron que esta vez como que si los van alcanzar.

Ante el anuncio del bloqueo del diesel para el mes de octubre, justico antes de las elecciones gringas, a tiempo para caotizar nuestras elecciones parlamentarias, los que tienen años jugando para los gringos y su plan de asfixia con la esperanza de salir del chavismo, empiezan a sentir la falta de aire y la angustia que es de todos. Sin diesel no habrá bodegón que resista, ni planta eléctrica privada que les alumbre los apagones.

El diesel mueve el 80% del transporte de alimentos y alimenta no sé cuantas generadoras de electricidad –escribe una periodista de aquellas que no tenía que decir estas cosas, sino otras como expresar su decepción porque Tibisay Lucena, por ser mujer, no fue tan insultada y acosada como merecía. Otro columnista de Runrunes, medio de propaganda gringa que celebró cada sanción con cotufas y risitas cínicas, denunciaba el crimen y el sufrimiento que el bloqueo al diesel supondría. Como ellos, economistas aspirantes a ministros del Capriles o Falcón, analistas, encuestadores, todos de oposición, pidiéndole a la nada que detenga la posibilidad de que nos estrangulen aún más. Saben que ni con todo el dinero del mundo van a poder evadir, como lo han hecho hasta ahora, los efecto de esa medida criminal.

David Smolansky, sádico, se regodea y le responde una ambigüedad con lavada de manos a la periodista angustiada. Julio Borges saliva de gusto imaginando el sufrimiento que la periodista que lo apoyó ahora teme sufrir. Guaidó dibuja una hoja de ruta a la nada. Los gringos sin alma los tienen en sus manos.

Ahora sí entendieron, parece. Ahora sí, porque sienten que el sufrimiento les va a tocar. Que pueden ser ellos los protagonistas de las fotos dramáticas que una vez tomaron a otros, como trofeos, como banderas contra Maduro. Ahora sí el bloqueo es malo y no es culpeMaduro. Ahora sí, después de tantos decenas de miles de muertos que ignoraron. Ahora sí…

No puedo decir que me alegre que los haya alcanzado la realidad que no quise para mi país, ni para nadie. Pero sí que me alegra, que aunque sea por miedo al sufrimiento propio, se hayan dado cuenta del crimen que se está cometiendo contra nuestro pueblo y que se sumen a nuestra voz de rechazo, aunque sea desde su egoísmo, pero que se sumen. Que entiendan de una buena vez que vamos en el mismo barco y que si se hunde un lado nos hundimos todos. Que entiendan, aunque sea por un ratico, que cuando afirmamos que nosotros venceremos, ese victoria nuestra los incluye y ampara también a ellos.

Y cuando superemos esta coyuntura anunciada, cuando anuncien otras que ellos, desde sus cálculos y egoísmo, no quieran denunciar; sepan que nuestra voz siempre se levantará para defender a la Patria de todos y que hagan lo que hagan ¡nosotros venceremos!


De soberbia y empatía

La semana pasada tuve la imperdonable desfachatez de celebrar la fortaleza y convicción de mis compañeros del CLAP y los modos que hemos encontrado y compartido para resistir y superar los bombazos, en forma de sanciones y bloqueo, de esta guerra que los gringos nos han impuesto. Afirmé y me reafirmo, que con cada cosita que inventemos para reponer algo que nos hayan quitado, los estamos derrotando y nos estamos fortaleciendo. Estamos venciendo el miedo.

Cuento estas cosas desde mi asombro clasemediero, porque nací del lado de la vida de los que pasamos poco trabajo. Los que creemos que el mayor sacrificio del mundo es “quemarse las pestañas” en una universidad, como también es el mayor de nuestros logros.

La primera vez que me quedé sin gas, me vi frente al abismo. Pasar de las cuatro hornillas de mi cocina a una hornillita eléctrica prestada que empezó a oler a plástico quemado apenas intenté hervir el agua de los espaguetis ese amargo día. Mi cabeza clase media en shock, en crisis, con nudo en la garganta irritada por el olor a plástico del cablecito principal de la hornilla que finalmente se fundió, dejando mis espaguetis a la deriva en un agua que no los terminó de cocinar. 

Ha sido el gas, el agua, ha sido la luz, cuya versión más terrorífica la vivimos todos el año pasado con el mega apagón. Ha sido la guerra económica, los bachaqueros, salir llorando del supermercado con la mano de mi niña apretada cuando una avalancha de gente los pasó por encima porque habían sacado el arroz. Ahora es también la gasolina…

Con la gasolina y el gas, como con todo lo demás, negar el bloqueo es no entender nada. Cuando uno ve a Pompeo, a Abrams, al general Kelly, a Brownsfield, a Bolton y sus perros falderos, Borges, Ledezma, Guaidó, Vecchio, Lorenzo Mendoza… prometernos la asfixia, la guerra, prometernos paralizar el país, cuando vemos al Comando Sur bloquear nuestras costas para que no pase ni una gota de nada a Venezuela, ¿en serio creen que el problema es la corrupción? 

Cuando el petróleo estaba a $100, cuando la guerra no era ni de lejos el plan desesperado de derribo por asfixia, cuando era fácil ser revolucionario porque el buen vivir era subsidiado por la abundancia de recursos y por la nueva distribución que amorosamente Chavez dispuso. Cuando la famosa gotita de petróleo, más que gotita fue catarata y dio para vivir a pierna tan suelta que a veces daba cosita tanta opulencia: veinteañeros recién salidos del cascarón, profesionales clase media, gente que se encontró haciendo turismo por Europa dos veces al año, convencida de que aquello no era un momento extraordinario, sino un derecho adquirido, que aquello era LA revolución. Tecnología de ultimísima generación, comida exótica, cerveza artesanal, whisky de una sola malta, otros de sopotocientos años. Todos fueron sibaritas, todos sommeliers, todos gourmet. Lo digo sin ironía, lo digo porque eso decían su muros de Facebook intercalando fotografías y frases de Lenin y El Ché.

Gente que no imaginó que la realidad siempre es otra: que las revoluciones no son eso, que este “bienestar” se castiga, que la redistribución de la riqueza, ya sea a mano floja o con austeridad, se castiga, que por ese momento de abundancia que nos hizo ser el país más feliz del mundo, Chávez se ganó una sentencia de muerte. Que todos los países que han osado a hacer lo que intentamos hacer nosotros han sido bloqueados, aplastados, destruidos hasta convertirlos en amasijos del polvo con sangre… Que la revolución es también, y mucho, recibir y dar coñazos, y que estamos peleando contra un sistema asesino y despiadado. A los compañeros esa parte no les gusta mucho, y es lógico, da mucho miedo y es normal, nadie los condena por eso.

El miedo menor es estar con la bombona vacía y una hornilla eléctrica haciendo cortocircuito, pero ese es indicio de lo que puede venir. Es ahí cuando lo que dábamos por sentado ya no está tan sentadito, cuando nos tenemos que empezar imaginar -y a enfrentar- la azarosa cotidianidad de país rebelde en pie de lucha. Es entonces cuando el miedo mayor nos arropa. Es cuando toda las declaraciones grandilocuentes e inspiradas glorificando a la resistencia del pueblo cubano frente al vil bloqueo imperialista, se deshacen en la boca. Ahora la resistencia gloriosa nos toca a nosotros, y eso es muy arrecho porque sabemos lo que vivió y vive el pueblo cubano y otros pueblos bloqueados. Yo he sentido ese sudorcito frío que paraliza.

Celebré la semana pasada desde mi asombro clasemediero que la vida tiene salidas a los problemas y que hay que buscarlas. Hoy sigo hablando desde allí porque sé exactamente de lo que hablo, porque soy clase media  y porque sé, y cada día lo compruebo que algunos de nosotros llegaron a creer que la revolución era clasemediatizarnos bajo la consigna nefasta de tener “calidad de vida”, que nada tiene que ver con “el buen vivir” del que habló Chávez.

Entonces, entre los que de esta revolución no conocimos más sacrificio que el ser borrados por familiares y amigos del Facebook, hubo quienes a ver que la revolución no era esa cosa lineal que suponía un asenso continuo, seguro, una evolución sin frenos ni sobresaltos hacia la anhelada “calidad de vida”; hoy, frente a la bombona de gas vacía, se vuelcan a las redes sociales a militar en el descontento, a explicarle a todos lo que quieran dar likes y retuits, que esto no es lo que Chávez quería. –¡De bolas que no es lo que quería! Pero es lo que también le hubiera tocado de no haber partido tan pronto–. Pasaron de militar en la alegría, a militar en el odio, el acoso, el chisme, en la proyección de todos sus anhelos frustrados.

Brota la soberbia de toda la vida: se autoproclaman en “la voz de los que no tienen voz”. Tuitea alguien desde un apartamento en Caracas, con gas directo, su furia contra los que ablandamos las caraotas con leña. Hasta nos llaman ecocidas. Tutiean su miedo en nombre de un pueblo que no tiene miedo, ni asquito, a la hora de buscar soluciones. Tuitean en nombre de Isaura, mi compañera del CLAP que se quedó junto a su esposo sin trabajo en esta pandemia, y con tres niños que sacar adelante. Tuitean la rabia que Isaura no tiene y lo hacen en su nombre y en nombre de todos los que como ella está recibiendo la peor parte de esta coñaza que nos están dando. Se indignan por Isaura y su cocina de leña, y su siembra de berenjenas y ajíes margariteños. Se indignan y ya hicieron su parte. Su militancia revolucionaria se llama “crítica” y ahora “empatía”, y se expresa insultando a cualquiera que celebre el espíritu combativo y el nivel de conciencia de millones de Isauras que no se quiebran. Ella, no solo cocina en leña y siembra en su patio, sino que entrega el gas -cuando hay jornadas- entrega las bolsas del CLAP a sus vecinos, y recoge cada mañana las tazas de los niños de la comunidad para llevarlas a la escuela, donde las irá buscar más tarde llenas con los almuerzos del PAE. “Abre los ojos, Carola”, “sal de Caracas y patea la calle”, ”asómate en tu ventana y mira al pueblo de a pie, que todo es justificable desde las mieles del poder”, tuitean… 

Quisiera verlos frente a Isaura, desarmados por su sonrisa dulce, por su chispa oriental, por su alegría, por su fortaleza, por su convicción de que como sea, a ella, a su familia, a su comunidad, no se los van a llevar por delante. Que si es con leña, pues será con leña, que si es crudo, pues crudo será, que la sardina no cansa, que la auyama del patio siempre sabe bien. ¡Cónfiro, hay que tuitear por Isaura, para entienda que eso no es calidad de vida, para que se descontente y no vote, para que empiece a militar en la derrota!

La Kiki que fui a veces me trae taquicardias y muchas angustias y miedos, pero mi antídoto, mi cable a tierra, son mis compañeros del CLAP: gente sencilla, fuerte, convencida, gente trabajadora y leal que pulveriza cualquier vestigio de soberbia citadina, de miedo clasemediero, que me pudiera quedar.  

Me acusan de no tener empatía y ciertamente no la tengo. No con los desmoralizadores que hablan en nombre de quienes no se desmoralizan. No con los que se quejan a distancia imaginando problemas lejanos y proyectando su incapacidad de enfrentarlos. No con quienes pretenden ser “la voz de los que no tienen voz”, para negarlos, para inventarles una debilidad y un cansancio que no tienen. No para los que niegan la guerra, o para los equidistantes entre la bloqueo y la ”ineficiencia”, para ellos ninguna empatía. 

Para los que luchan, para los que sí tragan humo de leña, para los que asumen sus dificultades como batallas por vencer y van venciendo, para los que se caen y se levantan mil veces, para los que no solo resuelven por ellos, sino por su comunidad; para ellos mi empatía, todo mi amor, todo el respeto del mundo y este agradecimiento, que no me cabe en el pecho, por dejarme pelear esta pelea, codo a codo, junto a ellos.

¡Nosotros venceremos!


(De)Construyendo a Chávez

Esta semana celebramos a Chavez en voz alta porque fue su cumpleaños. Digo en voz alta porque nosotros celebramos a Chávez todos los días sin hacer mucho alboroto. En silencio p el voz alta, cada quién lo celebra a su a su modo. Cada uno con un recuerdo, con esa parte de Chávez que lo ganó al chavismo. Chávez en pedacitos de memoria. Chávez para todos los gustos y necesidades.

Y es que Chávez nos habló a todos y a todos supo llegarnos. Así el chavismo se hizo de gente tan distinta tan apartada hasta entonces. Cristianos fervorosos y comunistas ateos juntos, codo a codo, culpeChávez, al punto que el cristiano terminó siendo un poco comunista y el comunista un poco cristiano. La señora clase media acomodada que en la ternura de Chávez encontró a un hijo, y la señora del barrio que en la misma ternura se encontró queriendo al mismo muchacho bueno que todas querían. Humildes obreros que escucharon en el su propia voz y profesionales que escucharon la suya, porque Chávez era todo lo que cada uno de nosotros vio en él, y cada uno de nosotros era un pedacito de Chávez. 

¡Inaceptable arroz con mango! –vociferaban algunos entonces, cuando Chávez estaba haciendo el chavismo. Porque, entonces, cuando Chávez era presidente, también tenía sus descontentos, sus críticos, sus entendidos y académicos que giraban instrucciones según manuales científicos que Chávez leía, tomaba, usaba, desechaba y profanaba según cupiera o no en nuestra realidad venezolana. 

No fuimos pocos los que pisamos el peine de “a Chávez lo tienen engañado” y preferimos creer, paradójicamente, que Chávez, ese hombre cuya genialidad nos hizo chavistas, era a la vez medio gafo y no se daba cuenta lo que pasaba en la calle. Y no voy a negar que algunas cosas le colaron, y bien dolorosas, y bien peligrosas, pero de ahí a aquel cotidiano “Chávez date cuenta que te tienen engañado” hay un gran trecho.

El peine del Chávez engañado era la cuña para romper al chavismo desde adentro: la sospecha sembrada de que todos los que rodeaban a Chávez era unos malvados vividores (que los hubo, sí) y unos ineptos (que te los tengo, también) embarró a chavistas trabajadores, leales, honestos, chavistas justos pagando por pecadores. ¡Mayor peine nos tragamos!

Entonces cualquier funcionario público, cualquier dirigente, cualquier chavista que tuviera cierta visibilidad era un malvado horroroso que más tarde Capriles bautizaría como “jalabolas y/o enchufado”, para terminar de darle forma al asunto. Lamentablemente muchos chavistas compraron la premisa caprilera. Todos eran malos, todos menos Chávez, lo que nos dejaba en la más absoluta y falsa orfandad de liderazgo, que solo fue superada cuando Chávez ya no estuvo, aunque algunos aún se aferran a su peine pisado.

Yo estoy absolutamente segura de que si Chávez fuera hoy el presidente estaríamos viviendo lo mismo que vivimos, el bloqueo sería igual de criminal, sus consecuencias igualmente terribles. Estoy absolutamente segura de que Chávez habría hecho lo mismo que Nicolás, porque el margen de acción habría sido el mismo, la maldad de enemigo la misma, los recursos (o la falta de ellos) los mismos, los compañeros, los mismos. Estoy también absolutamente segura de que habría un coro de chavistas escribiendo decepcionados que Chávez destruyó el legado de Chávez, porque ya nada es como en 2008, cuando fuimos el país más feliz (y rico) del mundo. Estoy segura de que igual estarían bajando los brazos, o levantándolos para defender al “chavismo verdadero” de las garras reformistas del mismísimo Chávez. Los tuvimos entonces, aunque algunos no lo quieran recordar. Los tendríamos ahora, si aún tuviéramos a Chávez. 

Y es que cuando alguien querido se va, nos aferramos a su recuerdo, pero el mío, el bonito, el brillante, el que a cada uno le sacudió el alma o la conciencia, el que me conmueve, el que me mueve, el que me dio esperanza, el que se parece a mi, el que me gustó. Así este semana vimos a tantos Chávez, todos él, todos su voz y su imagen, cada uno diciendo lo que cada quien necesitaba que dijera. Vimos entonces al Chávez marxista alertando contra el reformismo, vimos al Chávez cristiano, al Chávez soldado, al Chávez de amarillo pollito, al chavez autocrítico y al crítico también, al Chávez pragmático, y Chávez chavista haciendo malavares con todos esos otros Chávez que eran él mismo. Lo vimos contento, cantando, lo vimos llorando de la risa, lo vimos llorando de dolor por el dolor de otros, lo vimos bravísimo, lo vimos serio, lo vimos tenso y lo vimos relajado, lo vimos conmovido y envuelto en ternura.

Y vimos, sí, y no podemos olvidarlo nunca a Chávez peleando con toda su fuerza contra los grupitos tendientes a la fractura. Lo vimos regañarlos en vivo y directo, lo vimos advertirles y advertirnos la última vez que nos habló: “Unidad, lucha, batalla y victoria”. No hay modo de romper ese compromiso y querer seguir llamándose chavista. No hay modo de bajar los brazos en plena guerra, para levantarlos en contra del objetivo del enemigo, que no es otro que nuestro gobierno. No hay modo de hacer eso sin ofender la memoria de Chávez, y hacerlo en nombre de su legado es la mayor ofensa de todas. No hay modo de ser sectarios porque la amplitud de Chavez es lo que hace del chavismo un movimiento tan amplio. 

Refugiarse en un pedacito de lo que Chávez fue, en el pedacito que me conviene, y pretender convertir ese pedacito en el “chavismo verdadero”, es contradecir todo lo que Chávez hizo, fue y defendió. 

O seguimos siendo todos Chávez, no en pedacitos, gremios y grupitos; e identificamos al enemigo verdadero, o ya no seremos nada. 


Mi villano favorito

Foto (mi favorita de Diosdado) de Rosana Silva @Nawseas

Vengo del lugar aquel donde Diosdado era malo, el villano dueño de todo, el enredador, el bichito que:  “Chávez, date cuenta, te están engañando”. El tipo con ojos de tigre, de tigre maluco, siempre maluco, cuidao y te resbalas que te jodo. Diosdado Cabello, el tipo del que todos los buenos chavistas debíamos desconfiar.

Caí de paracaidista un día, desde mi lugar de desconfianzas y certezas terribles, a la Campaña Perfecta de 2012, con Chávez cerquita y con él, todos sus compañeros más cercanos. Desde ahí los podía ver en vivo y directo, detrás de las cámaras, extraño privilegio, regalo de la vida para una mirona curiosa como yo. 

En campaña no hay mucho tiempo para poses y menos en aquella que fue una batalla enorme, con tantos frentes abiertos, peligrosos, dolorosos… Ahí o te subías o te encaramabas, no había cómo ocultar las costuras. Ahí empecé a entender tantas cosas, ahí empecé a entender y a conocer a Diosdado.

El primero en llegar y el último en irse: recuerdo cuando llegamos a Yaritagua, a las ocho de la mañana, Chávez estaría allá a golpe de cinco de la tarde. A esa hora tempranera llegamos nosotros, la avanzada del equipo de Prensa Presidencial, y yo de asomada. Había mucha gente en la calle, toda Yaritagua ya estaba esperando a Chávez. Ya había un gentío frente a una tarima que apenas empezaban a levantar unos cuantos compañeros. Entre ellos, sudando ya de mañanita, estaba Diosdado. 

Diosdado revisaba la estructura, probaba el sonido, pendiente de cada detalle, no paraba. Sudado, colorado, contento, parece una maquinita incansable, hasta que el sol le recuerda que tiene sed y busca agua y bebe y mira hacia la multitud que ya al mediodía abarrotaba la avenida hasta los tequeteques y su sed le dice que ellos también deben estar sedientos. Entonces Diosdado manda —porque sabe mandar Diosdado― que traigan agua, que la repartan por todos lados, hasta allá lejísimos al final de la avenida, señala con el dedo apuntando al infinito. 

Con brazo beisbolero Diosdado pichó unas botellitas a los que estaban más cerca de la tarima. Entonces todo fue una fiesta: atrapar la botellita de Diosdado, más que calmar la sed, llenaba el alma. Cada botellita era festejada y compartida. Diosdado apuntaba a que llegaran a los niños que lo miraban emocionados. Era Diosdado, el de Chávez, el que sale en la televisión, allí con ellos, calmando la sed.

Faltaban horas todavía para que llegara Chávez y ya no cabía ni un alfiler. Entonces el cielo azul de Yaritagua se puso gris oscuro y cayó un palo de agua de esos que ponen a la gente a correr, pero nadie corrió, solo Diosdado, a revisar que no se mojaran los cables del sonido, a ver que el gentío que esperaba a Chávez estuviera bien, que no se fuera. Fue entonces cuando vi lo imposible: Diosdado, en la orillita de la tarima, frente a la multitud, bailando, invitándonos a todos a bailar. Y todos bailamos bajo la lluvia yaracuyana, culpe Diosdado.

Ese día empecé a ver los ojos de aquel tigre con otros ojos, aunque mi necedad me hacía seguir buscando algún indicio, aunque fuera chiquitico, de aquel Diosdado ambicioso, tramposo, y hasta déspota, que nos habían vendido y que muchos habíamos comprado. Y mientras más buscaba, menos encontraba y mientras menos encontraba, más lo quería.

Todo de lejitos, manteniendo las distancias de la desconfianza, creo. Él me saludaba simpático y seguía de largo. Tenía mil cosas que hacer. Yo lo saludaba y seguía en lo mío, pero sin dejar de estar pendiente de lo que él hacía. Y así llegó el final victorioso de la campaña y no nos despedimos.

Meses después nos volvimos a encontrar en otra campaña, esta vez una dificilísima, por dolorosa. Chávez se había ido y, plenos como la luna llena, estábamos en campaña con Nicolás. Y otra vez los vi llegar, esta vez a Porlamar, en aquel camión, ahora con Nicolás al frente y Diosdado igualito, adelante, sobre el parachoques, evitando que la multitud se arremolinara peligrosamente cerca del camión y de sus ruedas.

Mientras bajaban del camión y subían a la tarima, me tocó dar unas declaraciones para la tele, así que no pude saludarlos cuando subieron. Terminé de hablar y me di la vuelta y ahí estaba Diosdado que, por su reacción, supe que no esperaba verme ahí. ¡Carola! ―dijo como si le hubieran sacado el aire y me abrazó durísimo sin decir una palabra más. Yo lo abracé igual de duro y me puse a llorar, porque tenía tantos recuerdos tan recientes, todos alborotados: ahí estábamos todos los que Chávez había juntado, pero Chávez ya no estaba. 

Lloré con hipidos no sé cuánto tiempo, hasta que Diosdado me soltó, puso sus manos en mis hombros, como hacen los militares ―¡plaf, plaf!, dos golpecitos―, me miró a los ojos con sus ojos también llenos de lágrimas. Si todavía yo hubiera pretendido seguir con la pajuatada contra Diosdado, esas lágrimas definitivamente lo habrían evitado. 

Desde entonces somos amigos conceptuales, como decía mi general Torrijos, amigos de ideas, de luchas de grandes batallas, y de las que más nos acercan: batallitas diarias, silenciosas, bonitas, humanas, enormes batallas pequeñas que marcan vidas.

Desde entonces, y con el paso de todos estos años tan difíciles, entendí tantas cosas. Entiendo por qué fue Diosdado el villano del cuento que muchos, tirándonosla de más chavistas que Chávez, compramos como conejos. Diosdado es fundamental. Diosdado es un pilar y tumbarlo era hacernos mucho daño. 

Nos hacíamos daño y él ahí, tranquilo, firme, en el mismo sitio, seguro de que la verdad siempre se impone, y se impuso.

Y esa verdad me regaló un amigo entrañable, un líder fundamental, un hermano mío y de todos… Diosdado, “el villano”, mi villano favorito.


Cuando existimos

Tenían días descubriendo los nombres de poblaciones remotas e ignoradas, endosándoles estallidos sociales que no estallaban, deseando un muerto para hacerlo tendencia en las redes sociales. Incitando al caos por Twitter, porque para el antichavismo la realidad es siempre virtual; mientras que en la vida real de los pueblos las tendencias son otras y no se fijan con bots ni con #etiquetas.

Pero una mañana el sifrinaje pitiyanqui descubrió un pueblo que se llama Chuao y que no es, -–¡Líbrelos Dios!– la urbanización del este del Este de toda la vida, o sea. Resulta que Chuao es un pueblo en las costas de Aragua, amigui, donde un grupo de mercenarios se equivocó horriblemente.

A pocas horas de un intento fracasado de incursión mercenaria por las costas de Macuto, como todos sospechábamos, otro grupo terrorista flotaba en otra lancha en las costas de Aragua. Venían con los de Macuto. Cuando lo de Macuto de les cayó, los otros, montados en esa lancha para la que nunca planearon una huída, buscaban, sin mucha gasolina una cabeza de playa improvisada. Esa playa era Chuao. 

Estábamos varios amigos chateando en un grupo de Telegram, cuando aparece Mar, una panita pescadora de ese pueblo donde los gringos y sus secuaces metieron la pata. Toda agitada nos contó, en tiempo real, lo que estaba pasando. Mar corrió hacia una lomita para ver mejor y contarnos, pero las matas de coco no la dejaban ver. Bajó corriendo a la playa y su voz temblaba en los audios que a todos nos hacían temblar de emoción. ¡Los capturamos! 

Al mismo tiempo, ya la noticia corría por las redes y las fotos de unos gringos y de unos aspirantes a Rambo criollos esposados con mecate, tendidos en el suelo caliente frente a la Casa del Pescador Socialista, sede de los pescadores de Chuao. Una foto que es un poema épico.

Las caras de los mercenarios capturados eran de absoluto desconcierto. No estaban entendiendo nada de nada, sobre todo los gringos, cuyo conocimiento de Venezuela venía de las fuentes torcidas del más rancio antichavismo. Esos que cuando no invisibilizan al pueblo, lo desprecian, lo subestiman. Esos que de tanto mentir se convierten en Chacumbeles goebbelianos y terminan creyéndose que el chavismo no existe, que nadie quiere a Nicolás, que Luis Vicente León y todas las encuestadoras lo dicen, aunque luego Luisvi diga que él dijo que no. 

Elaboran un plan desde la soberbia, y les venden a los gringos que los venezolanos babeamos a sus pies, como babea la vergonzosa minoría pitiyanqui que se arrastra ya a nivel de subsuelo, dispuesta a entregar al país a los gringos a cambio de las migajas que estos les quieran escupir.

Así los mercenarios recién llegados del norte, ya con el alma llena de cadáveres, masticado y tragado el cuento de que ellos son salvadores libertarios, a sueldo, eso sí, pero libertarios, reforzada la mentira con la adulación de los aspirantes a Rambo criollos, a quienes me imagino, como ladrones que juzgan por su condición, contándoles a los gringos que este trabajito era pan comido, que el pueblo es flojo, bruto y además está muerto de hambre, que odia a Maduro y todo lo que tenga que ver con Chávez, que no, que no les importa su Patria, que esa vaina no existe, que ven dos dólares y ya se entregan, que las mujeres, ¡ay, las mujeres!, no pueden ver un catire porque se abren de piernas. Los imagino diciendo esto mientras les mostraban el video de una presentadora de tele que decía que quería una invasión gringa para que la preñaran con un bebé catire de ojos azules, como su papi invasor. Babeaban los gringos contando las horas…

Se embarcan en una misión que ya estaba cantada, contada en televisión paso a paso, con fotos, nombre y apellidos, con coordenadas, con testimonios de primera mano. La soberbia puede más porque los chavistas son brutos, eso lo saben toda la gente decente y pensante del país.

Con el pueblo toparon. Desde el día anterior, cuando la incursión por Macuto fue frustrada por los cuerpos de seguridad de Estado, todo el pueblo de la costa, desde el Zulia hasta Delta Amacuro, estaba activado. Las milicias, objeto de burla del sifrinaje intoxicado de Play Station y Hollywood, los agricultores que conocen esas montañas de la costa como la palma de su mano, los pescadores, que no hay pedacito de playa que no conozcan, la señora que vende en el mercadito, el muchacho que espera la vuelta al colegio post cuarentena, la abuela que toma sol en la puerta de su casa, todos activados, todos claritos de su rol a la hora de defender la Patria.

La Patria, eso que los mercenarios criollos patean, y que los gringos creen que solo se refiere a la de ellos. 

Error de cálculo garrafal, trazar un plan en base a fantasías sangrientas súper poderosas, no subestimando, sino peor, negando la existencia del adversario. Caricaturizándolo como si se tratara de una comiquita de Speedy González, caricaturizándose ellos mismos como si fueran súper héroes de Marvel. Todo mal.

Entonces la realidad se impone, se desinfla en la costa la pesadilla que vinieron a imponernos, la desinfla un helicóptero en el aire y en la playa un grupo de hombre y mujeres valientes que no se iban a dejar joder.  La unión cívico militar, otra vez y siempre, como un engranaje perfecto, que no necesita manual de instrucciones; con solo tocarnos la dignidad se enciende, se acopla, actúa y vence, como hemos venido venciendo.

Y, derrotado, el sifrinaje pitiyanqui se soba su falso orgullo (porque no puede tener orgullo quien vende a su Patria), insultando a los pescadores a todo el pueblo venezolano por la redes sociales. Muertos de hambre, bozal de CLAP, lambucios, desdentados, negros hurriblis… y vuelven a tropezar con la misma piedra, inventándose un pueblo que no somos, para lamerse la herida recurrente, porque el pueblo que somos ellos, desde su soberbia, no lo pueden, ni lo quieren entender.

No entienden que el pueblo pescador, es el heroico pueblo venezolano, el de siempre, el bonachón, simpático, con su alegría crónica, con su jodedera, el que resiste lo que casi ningún pueblo resistiría, porque conoce las razones de su lucha; el que lleva 20 años evitando una guerra, el que acaba de evitar otro intento de reventarnos la paz. Este pueblo de paz que sabe ser el mejor de los guerreros, el más temible de todos. Este pueblo que si lo empujas a pelear, de un tirón libera a todo un continente. Nosotros, los de siempre, los que no existimos, hasta que existimos poniendo a temblar al enemigo, amarrado con mecate, en el suelo caliente de una casa de pescadores de Chuao.

¡Nosotros venceremos!


Juegos y guerras

El mundo, la vida vista desde el ras del suelo, con los ojos llenos de polvo y pelusas, con el alma gastada por roce con el piso. Desde ahí, desde lo retorcido, desde lo infame, se observan a sí mismos en la pantalla de un Iphone 11 nuevecito, reluciente, que les devuelve un selfie con filtros de superioridad, de pestañas quemadas, de “mi propio esfuerzo”, de este país no me merece. Rastreros seres superiores que pretenden mirar hacia abajo a quienes decidimos vivir de pie. 

Desde su miserable óptica nos miden y sus cálculos terminan siendo el reflejo de la poquita cosa que son y de ahí arman un tablero torcido donde nosotros, su objetivo, somos los tembleques, cobardes, indignos, acomplejados que cuando piensan en Venezuela lo que les viene a la cabecita es un Toronto, bombón con nombre de ciudad canadiense, relleno de avellanas importadas y fabricado por Nestlee. ¡O sea, mari-k!

De ahí vienen todos los planes fracasados de estos últimos veinte años. Planes hechos por ellos, como para ellos, imaginándose, todos sádicos, sus debilidades y carencias en nosotros. 

Así nos quitaron la comida, los medicamentos, la paz de la calle tantas veces nos quitaron, nos persiguieron, acosaron a nuestros hijos e hijas, tantas veces no preguntaron ¿dónde te vas a meter? Todo esto en medio de una dictadura hurribli donde los chavistas somos los malvados intolerantes que perseguimos a quienes piensan distinto.

Guarimbas, puputov, quemados vivos, bien echo plátano hecho, por negro, por chavistas, porque ¿quién los mandó a pasar por ahí? ¿Acaso no sabían que ahí estábamos protestando nosotros, la gente decente que lucha por la democracia y la libertad, negros de mierda, autobuseros todos?

“Aló, Ricardo, es Lorenzo, yo estoy en guerra, mi pana”. La guerra de Lorenzo fue esconder la comida y chuparle hasta el último centavo al país que tuvo la desgracia de verlo nacer. Y la gente decente y pensante salivando, comprando a sobreprecio y por pacas. Lorenzo somos todos. Lorenzo presidente y que Venezuela se llame Polar. Que se jodan esos negros chabestias, que si quieren harina, se la pidan a Nicolás. 

Y Nicolás mandó la harina en cajas de CLAP y ¡ascoooo! esa harina que no es Pan, o sea. Y como el CLAP viene en una caja y trae lentejas a la gente pensante de este país se le ocurrió un ingeniosísimo insulto: “care’ clap, comelentejas”.  Y es que Chávez nos dividió…

Con harina y sin harina el chavismo firme. Y como veían que resistía, fueron a buscar otro elefante que puso todas las opciones sobre la mesa. ¡Ay, papá! -Festejaban los infomercanarios imaginando que a raíz de la amenaza saldríamos todos corriendo a entregarles el país.

Okey, les vamos a perdonar la vida -nos advertían amenazantes-. Les quedan pocas horas para que entreguen sus ideas y sus metas, su sueños, sin que tengamos que venir a sus casas a cazarlos, a hacerles pagar el precio de llevarnos la contraria. Si se rinden los dejaremos vivir. ¡Arruguen, pues! –Ni un pestañeo, salvo por tres pendejos que creyeron en Green Cards que blanquean y alisan chicharrones y que terminaron olvidados en un centro de detención para inmigrantes de Miami.

¿No se quieren rendir? ¡Ay, papá! Que estamos a punto de lograr una intervención militar con marines, bombas, Abu Ghraib y todo. ¡Corran, pues! Corran los chavistas nada más, porque para el este de Este de Caracas una invasión sería una historia de amor conbebés catiritos de ojos azules, como los de su padre invasor, tal como anticipaba emocionada una periodista opositora pensando en el valiente marine que la seduciría con Cola Cola y Milky Ways. 

Invocando a la guerra mientras meriendan en Food Trucks todos trendys en la plaza Altamira. Esperando a los marines como quien espera a Santa Claus, con nerviecitos, pero de felicidad. Así los encontraron los ejercicios militares del fin de semana pasado. Entonces aquellos nervios alegres se tornaron en cagazón.

Misiles en la Carlota, o sea, al ladito de Altamira, por aquí; de Chuao y Las Mercedes, por allá; justo en frente de Lomas de San Román, con sus casotas de hermosas vistas donde, con una copita de vino, pensaban presenciar la llegada del invasor. Reportan los tuiteros de bios libertarias llenas banderitas gringas y gracias Mr. Trump, que esa irresponsabilidad de colocar -nunca poner- armas tan cerca de las casas de la gente no puede ser ¡No es no!. Ravell, despatillado, titula que el armamento en La Carlota causa “incertidumbre” -a la misma población que suplica que los una invasión gringa-. Sergio Novelli, todo sietecueros, se pregunta cuánto costará ese ejercicio militar. Menos de lo que nos costaría la invasión gringa que tú deseas, le tuve que contestar.

El alboroto indignado que armaron me hizo confirmar algo que me negaba a creer: que quienes piden una invasión en verdad creen que a ellos no les afectaría. Que lloverían las bombas y la muerte de Chacaito para allá; que de Chacaito para acá sería como Miami: un Walmart por aquí, un Disney World por allá… I love it!

Por las redes saltaron los tradicionales analistas expertos en todo a denunciar el peligro que supone el armamento de guerra en manos tan torpes como las del gobierno chavista, mira que se les puede escapar un misil, o sea. Otros, los más ignorantes, descalificaban el armamento como obsoleto y prehistórico, olvidando que son el mismo tipo de armas con las que Siria derrota justo ahora a los gringos. Oh my God! Y, en silencio, eso sí, más de uno pensó que, quizá no hemos salido corriendo cada vez que nos ponen todas las opciones sobre la mesa, porque en verdad nos vamos a defender. 

Y es que en sus cabecitas cobardes esa posibilidad nunca cupo, como no cupo nunca la idea de que por muy sifrinos que se crean, por muy superiores y diferentes que digan que son; comparten con nosotros el mismo pedazo de tierra, que el destino de uno es el destino de todos. Aquella obviedad de “no hay bombas solo mata chavistas” les cayó como una gota fría y el miedo que querían ver en nosotros, lo empezaron a sentir ellos.

Eran solo unos ejercicios. Que nunca sean más que eso. Que en Venezuela, como lo hemos venido garantizando a pulso los chavistas, siga reinando la paz para todos. De la paz de este país nos encargamos nosotros, con desvelo, para que tú, amigui del este del Este que sueñas con una invasión, puedas bajar tranquila los fines de semana al club. Para que tus hijos sigan yendo a su cole contentos, para que las mías puedan ir contentas al suyo también. Para que los “care’ clap comelentejas“ sigamos teniendo derecho a comer. Para que tú sigas merendando cupcakes de food truck, sin que tengas que soportar el estruendo aterrador y el fastidioso el olor a humo que producen los bombazos.

Por nuestros chamos, por los tuyos, por tu tranquilidad y la mía; por la paz de todos, nosotros venceremos.


El juego roto

Todos conocemos en carne propia aquel simpático juego llamado “Democracia: el gobierno de la gente”, o sea, el tuyo, el mío, el nuestro, el vuestro; con sus reglas claras y simples; la receta perfecta para la feliz convivencia con respeto y libertad. ¿Se acuerdan?

Ese juego que todos compramos y jugamos sin preguntar mucho, porque no se pregunta, se vota cada tantos años y ya. Ese que nos fuimos cansando de jugar perdiendo. Ese que desciframos y empezamos a jugar a ganar y ganamos. Ese que, entonces, ya no les gustó tanto a los ganadores de siempre, que creyendo blindadas las reglas del juego, su juego, no vieron las grietas por las que se colaron los pueblos, o sea, la gente, esa que se supone gobernaba en democracia, pero que nunca tuvo voz y pocas veces voto. Bueno, ese juego se agotó.

Se agotó no, lo agotaron. Cuando vieron que pudimos remontar aquel laberinto de obstáculos infranqueables llamado elecciones, se volvieron locos, Wilfrido. Usaron todas sus cartas marcadas golpes suaves, revoluciones de colores, golpes duros, sanciones, y como aquello no cuajaba, probaron sacar nuevas cartas, esta vez pintadas de dignidad, de moral, de ética. La corrupción apareció en el tablero como un mal nunca antes visto, ¡Dios mío!, ¡Fora Dilma! -decían los mercaderes de la fe. ¡Fora y pare de sufrir!

Lanzaron a la mesa la carta del law fare y vimos a los corruptos enemigos de los pueblos endosar sus delitos a los líderes populares. Vimos a Lula preso por un apartamento que nunca tuvo, por crímenes que sus acusadores sí cometen cada día. Vimos la voluntad del pueblo demolida por jueces tramposos que el pueblo nunca eligió.

Vimos también, y hay que decirlo, a cierta izquierda tragando gustosa la mierda que desde la derecha le lanzaban porque !ay, ay, ay, la corrupción!… ¡Lula libre! –cantaron casi complacidos por tener una nueva derrota, otra consigna lastimera y su superioridad moral intacta. 

Más tarde, de nuevo tocándose los extremos, nos decían en foros expertos de la derecha privatizadora, por su lado, y de la izquierda impoluta, por el otro, que el problema es la gestión. la derecha nos dibujaba el paraíso chileno, y la izquierda el crecimiento boliviano. ¡Aprende Maduro! ¡Aprendan jalabolas, justificadores seriales, maburristas!

La gestión de Evo valió tres pitos a la hora de tumbarlo. Lo tumbaron por indio, por pobre y por no abandonar a los suyos: las mayorías marginadas hasta que llegó Evo y que con él asumieron el poder. 

La derecha, otra vez, endosa a Evo los crímenes que ellos cometen, mientras persiguen y asesinan a la gente en nombre de Dios y de la democracia. La iglesia los bendice. La barbarie vestida de seda. Las instituciones custodias de los pilares democráticos son parte del plan de derribo. Ahora las elecciones no bastan, sino también tienen que ser “creíbles“ y quien las tiene que creer no es el pueblo que votó, sino la OEA, la EU, y los EEUU. Ya no importan las formas, saquen al que estorba y hagan elecciones sin él, aunque la gente lo quiera. Funcionó en Brasil, funcionará en Bolivia, y maten al que tengan que matar, que igual, son indios y pobres y a nadie le va a importar. 

La izquierda achaca el golpe de estado a la inocencia de Evo y lo culpa por la muerte de sus hermanos en manos de los golpistas. No es la gestión entonces, es la inocencia… y así

Y se alborota el continente. Y aplasten a esos chilenos que protestan por allá, y maten a esos colombianos que protestan por acá, que no son manifestantes, sino vándalos, como los indios bolivianos que son vándalos también. Que cuidadito, Maduro, no se te ocurra reprimir una protesta que no fue, convocada por un presidente que no es, pero que nosotros quisimos que fuera y que ahora no sabemos qué hacer con él. 

Que no es la corrupción, ni la gestión, ni las libertades, ni un carajo, es algo mucho más simple y grotesco: que si un gobierno pone en peligro los intereses del los dueños del mundo, pata’ y kunfú con ese rrrégimen maluco. Que si el gobierno es perrito simpático y la gente es la que chilla, patá y kunfú con los vándalos esos.

Que vivimos los tiempos del fin de disimulo, cuando las caretas pesan, estorban. Tiempos de certezas desechas a patadas. Tiempos de cinismo. Tiempos de demolición. Ya no hay sorpresas. Que Chávez siempre tuvo razón y miren tanto que le dijeron loco, la derecha de siempre y la izquierda aquella también.

Y seguimos aquí, todavía y a pesar de todo, maniobrando sobre el mismo tablero que los dueños patearon, como Chávez, entre las trampas de la derecha que nos quiere muertos y la superioridad moral de aquella izquierda que nos prefiere mártires para celebrarnos una vez al año con un sentido homenaje. 

En fin, que pateadas las reglas, convertido el juego democrático en un asunto de vida o muerte, no vengan después a chillar.

¡Nosotros venceremos siempre!