Cuatro años sin cobrar

“Tenemos cuatro años sin cobrar” –dijo Delsa Solórzano forzando un puchero que no pudo remontar la parálisis estética del Botox.

Cuatro años sin cobrar, alisado japonés, pestañas postizas, cejas de diseño, bemba carmín creamy mate ultra, el último alarido… Delsa de punta en blanco: chaqueta, blusa, pantalón, zapatos, cartera, collar, zarcillos, pulsera, tongoneo… 

Cuatro años sin cobrar tenía Guaidog cuando Fabiana, su esposa, tuiteaba una foto de su nevera semivacía, aquello daba dolor: un litro de Frigur, medio kilo de aceitunas que los que hacemos mercado pelando sabemos con lo que cuestan esos dos productos uno compra varios kilos de verduras y frutas. Tenía también en su triste nevera una manga, una botellita de agua, y litro y medio de jugo de Guayaba Los Andes, con el corazoncito en la etiqueta que dice “hecho en socialismo” y todo. ¡Quí hurribli!

Cuatro años sin cobrar y un guardaropas renovado, un plagio del look monja alpina Tintori, modernizado con un Apple Watch, detalle tecnológico chic y carísimo, y viaje para aquí, viaje para allá, viaje más allá, mientras aquellas aceitunas se abrazaban al Frigur en la soledad de la nevera vacía. Pero ¿quién puede hacer mercado con esa viajadera? ¡Y con cuatro años sin cobrar!

Cuatro años sin cobrar y Ramos Allup como si nada. Claro, es que los reales los tiene Diana, o su hermano…

Cuatro años sin cobrar y Julio Borges en Bogotá a todo trapo, pero un poco triste porque él quería estar en el Barrio de Salamanca de Madrid, con sus amiguis prófugos, pero en España lo que le espera es un cuartico con rejas y Julio como que no. 

Cuatro años sin cobrar y Gabriela Arellano también en Bogotá tratando de codearse con sus nuevos vecinos millonarios que no quieren codearse con ella.

Cuatro años sin cobrar y el pobre Stalin González viaja a Washington, humildemente, a pedir más sanciones para Venezuela, y a llorar por “la diáspora”, porque pobrecitos los venezolanos que tuvieron que irse del país porque Maduro los arruinó, a la vez que los acusa de ser inflitrados chavistas, pagados por el mismo Maduro malvado para desestabilizar las democracias ejemplares de la región. 

Cuatro años sin cobrar. Stalin aprovecha un ratico en Washington para descasar un poco del agobio de su pobreza, y compra entradas para un jueguito de beisbol, una para él y otra para su amigo, el prófugo Gustavo Marcano. 

–Son doce mil dólares cada una, señor.

–Ta’ barato, dame dos. 

–¿Va a cancelar con efectivo o tarjeta?

–¿Acepta Citgo?

–¡Cómo no! 

Cuatro años sin cobrar y como una Kardashian, Stalin se sentó detrás del Home en los play off de la Liga Nacional de la MBL, aprovechando porque las sanciones que él y sus panas gestionan apuntan también al beisbol venezolano y el Caracas-Magallanes como que no va a ser igual, “y el pueblo, sancionado sin beisbol, se va a arrechar y va a marchar a Miraflores para sacar a Nicolás” –sueña despierto Stalin en su asiento de doce mil dólares, mientras el pitcher poncha al bateador de turno y la cámara poncha al diputado Kardashian que tiene cuatro años sin cobrar.

Y al llegar del juego, Stalin, responsable como es, sacó su teléfono tuiteó: “#ResumenAN de la sesión ordinaria de hoy. ¡Seguimos trabajando por la construcción de Venezuela!” –Así trabaja el diputado que tiene cuatro años sin cobrar. ¡Clic!

Y es el Botox, son las pintas, es el beisbol, son los Porsches 911 convertibles de 150 mil dólares que se compraron Carlos Vecchio y Viera Blanco, paraembajadores de Juan el Rastrojo en los EEUU y Canadá; son las rumbas con putas, perico y burundanga, es el cinismo, y la opulencia malandra que no pueden disimular, ni con la lloradera de la crisis humanitaria ni con que tienen cuatro años sin cobrar.

Cuatro años sin cobrar en la Asamblea Nacional. Cuántos años cobrando, eso sí, como agentes extranjeros, como traidores a su Patria, como estafadores y ladrones de “ayudas humanitarias”, como arrastrados gestores del bloqueo, de la asfixia y el sufrimiento de todos los venezolanos y del saqueo de nuestro país. 

Cuatro años sin cobrar, dicen con cinismo, como una burlita, jurando que se la están comiendo; hasta llegue el día -y llegará, no lo duden- en que sus amos, estafados, les exijan que paguen por el trabajo cobrado y no hecho. Entonces no valdrá llorar.

Nosotros venceremos.


Luces, selfies y likes

Allí están, como cada día, sacándose un selfie con una biblioteca de fondo, siempre una biblioteca atrás, siempre un libro abierto sobre la mesa, junto un latte doble mocca artesanal. La ceja arqueada característica de quienes elaboran ideas tan complejas que solo ellos entienden, un poco más, un poco más, ¡clic!.

Lanzan al mar de las redes sociales, a modo de carnada, un selfie y un pensamiento profundo, crítico, indispensable; buscando pescar retuits y likes; aplausos virtuales de sus seguidores, amigos que en la vida real no existen. Pero qué importan los amigos y la vida real cuando lo importante es orientan a un rebaño bruto que se niega a entender y peor, que les lleva la contraria. 

Lo importante es poner el dedo en la llaga, sí señor. Así, mientras el gobierno imperfecto de Nicolás Maduro libra una pelea épica contra el imperialismo más monstruoso, nuestros pensadores piensan quejas en voz alta porque el bono del carnet de la Patria no es la solución y no alcanza, aunque a ellos sí les alcanza, porque no lo necesitan, pero bueno, ellos hablan en nombre del pueblo que no sabe hablar. Y cuando Colombia busca sembrarnos un falso positivo buscando que germine una guerra, nuestros pensadores críticos solo pueden opinar sobre las entradas para un musical en el teatro Teresa Carreño y las manzanas rojas del Excelsior Gama que están carísimas y eso de socialismo no tiene nada. Maduro, entiéndelo de una vez. 

Hay mil problemas, todos lo sabemos, pero nosotros los brutos entendemos que el papá de todos los problemas, el más importante, el más apremiante, es la guerra que los gringos nos declararon con su acoso, con su bloqueo, con las bombas que sueñan derramar sobre nuestras noches tranquilas. Los imprescindibles iluminados ubican al enemigo en los residuos de la guerra que el verdadero enemigo nos impone: que si los huecos en la calle (y con Chávez eso no pasaba, parece), los hospitales (que jamás ha pisado) “que no tienen medicinas”; que si el internet va lento, que si la corrupción; que si el dólar -¡ay, el dólar!- porque todos son economistas, porque Marx se los explicó y ellos lo entendieron y entendieron que Maduro no entendió. 

Entonces, elaborando desde una irrealidad ideal con mucho petróleo y sin vientos de guerra, publican selfies con soluciones infalibles para una economía perfecta, socialista. Un un, dos, tres mágico que Maduro no quiere aplicar porque traicionó El Legado que Chávez tampoco aplicó. 

No les hacemos caso, se retiran… mejor no se retiran, sino retiran su apoyo para que sintamos el vacío que deja el vacío de intelectualidad. “Es más, yo nunca fui chavista sino marxista” -dicen para que no los confundan con la chusma, chusma, chusma, ¡prfff!. 

No son chavistas ni nos quieren, pero insisten en catequizarnos y -¡cónfiro, qué rabia!- los chavistas insistimos en la herejía de maniobrar como mejor podemos, “cabeza fría y nervios de acero”, en esta realidad explosiva porque queremos evitar el sangrero, la tragedia, y por supuesto la derrota. 

Insistimos en no cansarnos y como ellos se cansaron prefieren pensar, coincidiendo las doñas de El Cafetal, que más que perseverantes, los chavistas somos ignorantes o jalabolas, según sea el caso. 

Insistimos en evitar una guerra, pero para los ilustrados el bocón es Pedro Carreño que disuade pelando los dientes, advirtiendo que de iniciarse una confrontación nos defenderemos hasta con las uñas y llegaremos tan lejos como Bolívar llegó. A Carreño, fuchi, hay que dedicarle un tuit con tonito de superioridad burlona; a Holmes Trujillo, colombiano que cocina una invasión contra nuestro país, ni una letrica.

Y de toda esta impúdica exhibición enanismo mental uno va descubriendo que más que intelectualidad, más que pureza marxista, más que cualquier cosa, lo que hay es mucho miedo.

Es increíble que estos hobbits sabihondos ignoren que miedo tenemos todos. Lo que pasa es que algunos lo enfrentamos y asumimos nuestras tareas para vencerlo, mientras otros se escurren disfrazando su cobardía de indignación. 

Lo malo es que estos intelectuales de izquierda que levantan la hoz y el martillo para golpear al que planta cara al monstruo y se defiende como puede y no como dice el librito, es que con demasiada frecuencia terminan siendo instrumentos del imperialismo monstruoso ¡vágame Marx!. Lo bueno es que, a pesar de ellos, nosotros venceremos.


Te odian


Te odian: cuando te metieron el cuento de que chavismo te iba a quitar a tus hijos y se los llevaría a Cuba, cuando te llenaron de terror al imaginarte sin tus niños… no hay nada más desgarrador que ese miedo y ellos te lo metieron en el alma, porque te odian. Nadie que te quiera puede hacerte tanto daño.

Te llevaron, aterrado, a marchar contra el Coco quita niños. Marchaste hacia una emboscada que tenían preparada: “Necesitamos muertos” -decían y tú asentías sin saber que eras uno de sus blancos. Plantaron francotiradores y anunciaron muertos antes de que cayeran, falló la puntería, cayó el señor que marchaba a tu lado, y otro más allá y otro y otro… los mataron para redondear su golpe, y los muertos fueron tuyos, porque te odian. Muertos inútiles, olvidados en el estrepitoso fracaso. 

Te inventaron un paro y tu paraste en nombre de la libertad, mientras ellos no pararon de cobrarte tu obligaciones, alquileres, deudas, matrículas escolares, todo. Quebraron a tanta gente, tu gente, porque los odian.

Los encerraron en sus calles, una y otra y otra vez, obligándolos a tragar humo y violencia durante meses. Cada vez con más violencia, cada vez con más miedo. El terror y el odio se instalaron en las juntas de condominio, se inició en tu vecindario la cacería de El Sapo Rojo, y sapo rojo era cualquiera que se quejara del humo, del encierro, de los desconocidos con caras de malandros que les cobraban peajes para dejarlos entrar y salir de sus casas. Te hicieron eso porque te odian.

Y porque te odian llamaron a tus hijos a la calle, mientras resguardan a los suyos en la Miami de tus amores. Tus hijos, su carne de cañón, equipados con armas precarias, suicidas, convertidos en tropas de asalto, y ojalá se mueran, porque tenemos fotógrafos y redes sociales para capitalizar paseando su cadáver, paseando tu dolor inconsolable como una bandera… y otra vez olvidarlos, porque su muerte no sirvió a sus objetivos.

Recorrieron el mundo suplicando sanciones, castigos para el país, para todos los que aquí vivimos. El este del Este es también Venezuela y no lo sabes, y no consigues Losartán y repites el mantra tonto que dice que las sanciones no afectan a la gente, sino a Maduro. Y como, a pesar de las dificultades, seguimos viviendo, buscaron el bloqueo petrolero, la asfixia absoluta. Y quieren más: quieren que venga el ejército gringo, ya sabes, el que deja un reguero del muertos por donde pasa y te dicen que vendrá el soldado Ryan, el Capitán América, y que no te pasaría nada si esa invasión ocurriera, que vas a poder seguir yendo a tu consultorio, llevando a tus niños al cole, mientras las balas y bombas gringas matan solo a los chavistas feos. Gestionan la destrucción del país y tú los aplaudes y, solo si sus deseos se cumplen entenderás lo que te digo: te odian.


Mentiras contra la paz

M

M

El 10 de octubre de 1990, una muchachita de 15 años dio un testimonio espantoso ante la Comisión de Derechos Humanos del Congreso de los Estados Unidos. Según contó la casi niña, bañada en lágrimas, ella misma había visto, con sus propios ojitos, cómo los soldados de Saddam Hussein saquearon el reten de un hospital con tanta maldad que sacaron a los bebés de las incubadoras y los dejaron morir tirados en el suelo. ¡Cómo no iba a conmocionarse el mundo con semejante imagen de la maldad frente a la más pura indefensión!

Iraq fue invadida, esa vez, por órdenes de George Bush. Muchos muertos después supo el mundo que el testimonio de la inocente quinceañera era falso; que Nariyah no era Nariyah, una muchachita cualquiera de Kuwait, sino que era la hija del embajador kuwaití, perrito en la alfombrita, en Washington. Que todo fue un invento, una puesta en escena coordinada por una agencia de relaciones públicas y una organización civil llamada ”Ciudadanos por una Kuwait libre”. Todo fue un show, todo menos la guerra que la mentira ayudó a fabricar.

Años después los mismos hacedores de mentiras le vendieron al mundo que Iraq era peligrosísimo, que tenía armes de destrucción masiva, que había que hacer algo antes de que lo hiciera Saddam contra nosotros. Los medios de comunicación se orquestaron en una campaña de difamación como nunca se había visto. Presidentes del mundo se prestaron para impulsar lo que luego se supo era otra mentira. José María Aznar, entonces presidente de España, clavó sus ojos puyudos en la pantalla de todas las teles como intentando mirar a cada español a los ojos, y así, fijando la vista de buitre dijo: “Créanme, Iraq tiene armas de destrucción masiva”. No había cómo creerle, pero si sale en la tele, si en todos los los telediario te lo confirman a cada minuto, pues, debe ser verdad, ¿no?

No. Los españoles entonces eran más listos que ahora y no se lo creyeron. Nadie podía creerle a un personaje tan funesto como José María Aznar. Marcharon millones de españoles por todas las ciudades con el grito de “No a la guerra” como consigna. En la democracia española la voz de los españoles no cuenta. Fue así como España se involucró en una guerra que se armó sobre una mentira y el resto de la historia ya la sabemos.

Después vino Libia, y otra vez las mentiras: una masacre en la Plaza Verde que ni fue masacre, ni fue en la plaza, sino en una replica escenográfica que se construyó en Qatar. Además de la masacre, el escándalo del Viagra como arma de guerra: El malvado Gadafi, decían los grandes medios todos, repartía Viagra a sus soldados para que salieran a violar mujeres y niñas. Otra vez los niños para tocar fibras de indignación y pánico. Sabemos también lo que pasó con Libia, así como sabemos que Barack Obama, el promotor del infierno que mando a desatar en Libia, se lavó la manos, diciendo, años más tarde, que aquello había sido un error. Listo, un error y todo el petróleo y las riquezas libias en sus bolsillos.

Y luego vino Siria, con la mismo método de la mentira orquestada, globalizada, con el silencio de la voz de los sirios. Miles de muertos, millones de desplazados, heridas tan profundas que la vida no alcanzará para curarlas. Los mismos de siempre alimentando la hoguera de la falsedad, cantantes, actores de cine y de tele, estrellas pop respaldando la mentira a cambio de prórrogas en sus contratos. La mentira tan gastada que ya no es creíble. Sociedades tan gastadas que ya no les importa que les mientan y se las creen. 

Ahora el show es Venezuela: “Maduro“ es una palabra de uso cotidiano en países que no saben ubicar al nuestro en el mapa. Maduro es malo, es un dictador, repitan conmigo… y repiten. Es más fácil así. En nada los afecta, o eso creen los muy tontos repetidores. 

Y como el cuento de Nariyah, como el Viagra de Gadaffi, hoy lanzan, los niños secuestrados de Maduro. Cientos de niños, algunos con cáncer y todo, porque la maldad de Maduro de para eso y más, son secuestrados por el “régimen” para reclutarlos o para llevarlos a los cuarteles, no está muy claro, lo único claro es que son niños y están siendo secuestrados. Que lo sepa el mundo. Conviértelo en tendencia tuitera. Vamos Luz Mely que tú puedes darla oscuridad a este asunto.

Luz Mely Reyes, nuestra Nariyah autóctona, usando su nombre propio y su medio digital financiado desde los EEUU, se sube a la campaña de la atroz mentira que sirva para justificar cualquier atrocidad. Ella se presta para tender la alfombra de indignidad por donde espera ansiosa que marchen los Marines para pisotear nuestra tierra. 

Ella, enferma de endorracismo, se cuadra con los mismos locos que hace dos años casi le linchan a su hijo en una guarimba porque el chamo es negro. Ella, que cree que sirviendo al amo blanco se blanquea se esmera el ayudar a abrir la puerta de un infierno del que no se va a salvar. 

Y así están las mentiras, así está nuestra Nariyah criolla, que cree que a ella no le alcanzaría el infierno que invoca. Pero se olvida de que no es hija de un embajador millonario, sino una mujer con cara de pueblo, que se niega a verse en un espejo.

Por ella, por su hijo casi linchado, por los nuestros, por los de todos, no vamos a permitir que las mentiras que Luz Mely teje para sus amos nos arrebaten la paz.


Pequeñas inmensidades

Hay una historia que no se está contando, que no quieren que contemos, el pan nuestro de cada día, la de millones de venezolanos que nos levantamos cada cada mañana a enfrentar y superar los desafíos que la guerra nos impone. La historia del firme empeño de seguir adelante, de vencer la adversidad, de imponer nuestra alegría, nuestro ingenio, nuestra solidaridad, nuestra esencia. Historias que no se cuentan por cotidianas, enmudecidas por otras terribles, que sacuden, que venden, que convienen, que deprimen, que derrotan. 

Nadie va a escribir la historia de Carmelo, el muchacho que decidió montar una pescadería modesta y pequeñita en La Asunción. No hay grandes emociones, más allá de las que él y su familia viven intensamente cada día en su pequeño negocio, montado humildemente en medio del más cruel el acoso económico. No es noticia que el negocio florece y en cuestión de seis semanas, se desbordó del pequeño local hacia afuera, donde dos mesones de frutas y verduras nos sirven para redondear el almuerzo. Y ahora, un poquito más allá, puso casabe, panes y tortas caseras, por si acaso alguien quiere postre.

No tiene valor noticioso ni literario la pescadería de Carmelo, como no lo tiene el nacimiento viviente que hacen todos los años en El Guayabal, ni los niños que ya empezaron a ensayar sus aguinaldos y sus papeles de pastorcitos. Tampoco es noticia que, más allá, en la calle Aguamiel están armando un pesebre tamaño real. Ignorar a los vecinos martillando la estructura que dará cobijo al Niño Jesús, mientras un montón de niños corren alrededor, alborotados por la expectativa con nerviecitos que les produce la navidad, es perderse de una linda historia que dice mucho.

Nadie va a contar cómo los vecinos intercambian ingredientes para las hallacas: “Yo te doy pasas, tú me das harina, yo tengo encurtidos, si tú no tienes, yo te doy”. Nadie escribe de las lucecitas en las ventanas, ni del guayacán disfrazado de arbolito de navidad.

No serán noticia, ni poéticos relatos, las millones de historias pequeñas que se van tejiendo en cada calle, en cada pueblo, en cada rincón de Venezuela. No dan para tanto, dicen, creen y quieren hacernos creer. Yo insisto en que es precisamente ahí, en lo cotidiano, en lo pequeño, donde estamos escribiendo una inmensa historia victoriosa.


Yo soy Chávez


Estábamos en la última curva de la Campaña Perfecta, yo solo llevaba corriendo cuatro semanas de los meses que estuvieron corriendo mis compañeros y Chávez. Una tarde en cada sitio, dos o tres actos en un solo día. Hubiera sido agotador, pero veía a Chávez, incansable, y sabía que uno no se podía cansar. “Tú también eres Chávez mujer venezolana…”

Una tarde, después de dos horas de caravana a pleno sol, en aquel camión que avanzaba poquito a poco, saludando, “cuidado no los vayan a pisar”, cuando finalmente llegamos a la tarima , vi a Chávez bajar del camión y subir las escaleras que lo llevaban a la tarima, despacito, casi encorvado, y entonces supe que él tenía dolor. “Un dolor que puede llegar a ser insoportable” –nos dijo tiempo después.

Terminó de subir la escalera mientras todos cantábamos “vive tu vida, dale alegría…” y apenas puso un pie en la tarima, se enderezó y con sus pasos largos se acercó a los músicos, agarró una guitarra eléctrica y empezó a bailar. Bailó, cantó y nos regaló un hermoso  discurso de dos horas más: “Tú también eres Chávez…” Entonces supe que en esta pelea no había cansancio, ni dolor, ni tristeza, ni nada que nos excusara de seguir peleando.

Días antes, en esa corredera, habíamos estado en Apure, donde Chávez se encontró con sus añoranzas,“Si me tocará o mejor dicho, ya se que no me toca, si me hubiera tocado a mi, la suerte de Lorenzo Barquero, que se lo tragó la sabana, yo hubiese estado de acuerdo. Si alguien me hubiera preguntado a mi: ¿Quieres tú el destino de Lorenzo Barquero? ¿Quedarte allá lejos, en el Cajón de Arauca Apureño, hasta que te seque el tiempo y te vuelvas terrón y te vuelvas tierra y te vuelvas agua de esta sabana? Yo diría, sí, sí y mil veces sí. Porque amo a esta tierra”… Su otro destino, si no hubiera escogido el destino heroico que asumió con valentía, con una convicción sin fisuras, sin excusas auto complacientes que le permitieran bajarse del autobús si la cosa se ponía difícil o fea, como tantas veces se puso, como tantas veces se pondría. Un destino que asumió con alegría. 

Recuerdo el día que nos anunció que regresaba a La Habana porque su cáncer había reaparecido. ¡No había una noticia más dolorosa! Una vez dicho esto, recuerdo que se dedicó a mitigar el dolor, suyo y nuestro echando cuentos comiquísimos de los enredos del 4 de febrero. Recuerdo que pasamos de llorar de tristeza a llorar de la risa y luego a despedirlo con alegría y esperanza. Recuerdo toda la autopista a La Guaira llena de gente lanzándole bendiciones y flores. Recuerdo su cara amorosa y su sonrisa.

Otra noche, la más triste de todas, vino a darnos la peor noticia: “Buenas noches a todos, buenas noches a todas. Bueno yo me veo obligado por las circunstancias, ustedes saben mis queridas amigas, mis queridos amigos venezolanas y venezolanos todos, que no es mi estilo un sábado por la noche y menos a esta hora, nueve y media de la noche… ¿Te acuerdas de aquella película Diosdado?… – aunque sus ojos decían despedida, él combatió su tristeza y la nuestra a ritmo de lambada–  … Fiebre de sábado por la noche, John Travolta, yo bailaba La Lambada, compadre. Yadira también la bailaba. Bailábamos La Lambada, yo recuerdo esa película, tuvo mucho impacto… ¿te acuerdas? ¡Ah! Era el impacto de aquellos años ¿qué? los años 80, los años 70, los años 80, Teresa Maniglia bailaba La Lambada pero divino, yo la vi una vez”. Risas y  el corazón apretado… “Ya Chávez no soy yo, porque Chávez es un pueblo”.

Chávez nunca se abrazó a la lástima, jamás intentó capitalizar de ella. Chávez nunca nos vio como “pobrecito mi pueblo” y nunca fue un “pobrecito yo”. Chávez nunca se rindió. Esa tarde de campaña, supe que no podíamos rendirnos y menos justificándonos con la babosada de que lo hacemos en nombre de Chávez, el hombre que nunca se rindió. El hombre que, por no dejar de pelear, sigue victorioso más allá de la vida.

“Yo soy Chávez” –dijimos. Y como él nos enseñó, toca apretar los dientes y sonreír más duro cuando más ardan las lágrimas en los ojos y la angustia más te apriete el corazón, así, como él nos enseñó. Yo soy Chávez.


Veo, veo

Mediodía, salen los niños del cole. Como bandadas de periquitos llenan las calles del tricolor con sus morrales, de la alharaca de sus vocecitas repasando los cuentos del día. Me detengo cada día a verlos. Ellos me centran, me impiden ceder al desgaste que la guerra impone.

Hay cuatro liceos en un cruce de cuatro esquinas. Montones de muchachos salen y la calle se vuelve un bululú de empujones y risas, y no hay semáforo que valga, siempre sale un atolondrado que cruza corriendo, mirando al amigo que se queda en la otra acera, al que le grita el último cuento que no le pudo contar en clases. Una señora los espera cerca del semáforo, a la sombra de un roble enorme, con su mesita portátil llena de dulces caseros. A su lado el chichero, y más allá un señor que vende jobitos, ciruelas y mamones; cuando hay. Cuando no, siempre hay cocos para vender.

Dos niñas con moños de colores van dando brinquitos de la mano de su papá. Más allá, dos varoncitos de franela amarilla, con unas gorras de beisbol que les quedan enormes y les bailan en la cabeza. Siempre hay abuelas y abuelos haciéndole el quite a sus hijos ocupados, niños sortarios que salen del cole al delicioso abrazo de una abuela que huele a ají margariteño y cilantro, a sopita que espera en una casa donde si comen dos, comen tres y cuatro… Andando, pasan de largo por la parada llena de gente. Desde hace tiempo decidieron caminar las cuadras que antes recorrían en autobús. Los autobuses ahora son para los que van lejos. 

En la parada, profes y estudiantes esperan cruzando los dedos para que llegue primero un Yutong. Nada le gana a uno de esos autobusotes rojos que dan un buen servicio y son más baratos, pero antes del Yutong llegó un camión y dio la cola a un grupo de profes que se morían de risa cuando sus alumnos les hicieron la pata gallina para sus profes pudieran subir y al más gordo de ellos lo tuvieron que ayudar entre tres.

Una señora que miraba lo mismo que yo, me comentó indignada: “¡Qué desastre, a dónde hemos llegado! No sé de qué se ríe esa gente… conformistas… por eso estamos como estamos”. Yo, en cambio, en ese bululú veo vida, fortaleza, resistencia, inventiva, solidaridad. Veo un pueblo venciendo dificultades, pueblo que no se deja robar su esencia, que no se deja doblegar… Por eso estamos como estamos.


Lo que la guerra se lleva

Con Chávez hicimos un master en guerras no convencionales. La guerra mediática la teníamos descifradita, los bloqueos, las revoluciones de colores, los infiltrados, las ONGs como máscaras de la CIA, del Departamento de Estado, del Pentágono. Nos hicimos expertos en detección de fake news, por ser su objetivo principal. Más tarde, supimos del law fare y vimos hacia dónde van los tiros. Entonces llegó la guerra.

Antes de la guerra, había un embeleso con la lucha heroica de los pueblos hermanos bajo ataque. Cuba, un faro de resistencia. El Chile de Allende, un glorioso morir con las botas puestas, tras resistir todo tipo de sabotajes, bloqueos, carencias planificadas por el enemigo de siempre, el enemigo nuestro. La dignidad de no quebrarse, de no ceder, de no concederle al enemigo la satisfacción de vernos derrotados. “Primero muerto que de rodillas”… Hasta que nos tocó a nosotros…

Entonces las dimensiones de esta guerra escaparon de la compresión de quienes parecían comprenderlo todo. Así, de golpe y porrazo, después de vivir glorificando la resistencia de otros pueblos, supieron que no podían vivir sin internet veloz, sin flujo eléctrico constante, sin servicios públicos de calidad. Y empezaron a preguntarse en cuanto lugar los pudieran oír, qué carajo tiene que ver la guerra con la ineficiencia, “porque la luz, el agua, el ABA no se compran en dólares”, dicen, obviando maquinarias, repuestos, bloqueos, robos de material estratégico, sabotaje y ni hablar de los más de 500 años de dependencia colonial y neo colonial, que según, debió ser erradicada los últimos 20 con una receta mágica que los que saben, tienen.

Y se asombraron cuando el pollo desapareció de las carnicerías de un día para otro, y los huevos, y el azúcar, y las galletas, y lo necesario y lo no tanto, porque la calidad de vida y tal y cual… Se sorprendieron con el mercado de la guerra encarnado en los bachaqueros, especuladores y acaparadores, como si los mercados negros los hubiéramos inventado nosotros, tipo Chacumbele. Y se desmayan con precios que nos impone el capital, su arma más mortífera, y afirman indignados que el gobierno falló porque el enemigo, como es lógico en toda guerra, respondió con un feroz ataque al primer paso (de tantos que serán necesarios) del plan de recuperación económica que el Presidente anunció para los próximos dos años (por lo menos). Esa parte no la escucharon. 

Y miran en línea recta mientras patinan por este camino sinuoso y complicado que nadie ha andado, y se arropan en un manto de moral que más que moral es soberbia. Y corre la tinta del lamento y el lamento se difunde buscando aplausos derrotados, mientras se proscribe la alegría y se le salpica de sospecha, para que no estorbe, y en esta guerra que no solo nos quiere matar de hambre, sino primero de tristeza, solo el ego se alimenta.

Y lo cool, lo trendy, lo nice, es la narrativa de lo gris, de la desesperanza, del mínimo detalle del desaliento, del señor que vende verduras y que me vio feo bajo la lluvia eterna de Caracas, donde ya no sale el sol como antes. Invisibilizando al gentío que sale tempranito a enfrentar el día en medio de este chaparrón, cuando lo más fácil (y más inútil, claro) sería tirar la toalla. Invisibilizando la lucha heroica que alguna vez admiraron en otros pueblos y ahora está dando el suyo. La narrativa de la rendición, de los brazos caídos, de la queja sin propuesta, de la desesperanza, de la derrota. Un acto de ingenuidad suicida que ignora que nos jugamos la vida en esto, y que, para que sus argumentos cuadren, niega también que el primer sentenciado es Nicolás, que “está desconectado”, tú sabes, para que la revolución se vaya al carajo, y llegue la contrarrevolución a hacer lo que hace, y no te cuento el law fare, que con Lula no hemos visto nada… ¡Qué Lula! Gadafi sería poco para el odio que le tiene la derecha a Nicolás, tú sabes, porque él destruyó El Legado de Chávez… Oh, wait! Tan fácil que le hubiera sido traicionar como traiciona Lenin al Ecuador…

En fin, que en toda guerra hay bajas, y es doloroso verlas caer en vivo y directo por las redes sociales, mientras me pregunto cómo habría sido el Período Especial en Cuba con la lloradera de Twitter, la rumba de Instagram y esa sed insaciable efímeros e inútiles “me gusta”.


Traficantes de tristeza

De esta guerra de mil aristas que vivimos surge un batallón no solo miserable, sino pavosísimo: los traficantes de tristeza, una especie del guardianes de lo trágico, sacerdotes de la inquisición contra la alegría, relatores de sufrimientos y penurias en tercera persona, militantes de efímeras campañas que inundan foros y redes sociales. Los traficantes de tristeza se regodean en las dificultades, las poetizan, las elevan soberbios a categorías literarias en nombre de “los que no tienen voz”, expropiando voces, enmudeciéndonos. Expertos en historias oscuras, tristes y reales, sí, como reales son tantas otras que descartan por contradecir su oscura narrativa. ¡Ay de la luz si se atreve a interrumpir el drama que vivimos, ay de quién se le ocurra prenderla! No se puede ser tan insensible a la tragedia que vive el “pueblo de a pie”, como para pretender que siga habiendo cumpleaños, besos, chistes buenos, navidades, música y sandungueo…

Mucha hipocresía, muchas omisiones calculadas, mucha frivolidad, mucho faranduleo que dejan las costuras a la vista. Se lamentan por el Suena Caracas, “porque no se puede gastar en eso cuando el pueblo tiene hambre y con hambre no se baila”, mientras que el Caracas Oktoberfest les da un aire de país. Se lamentan por el pernil navideño, “porque eso no resuelve nada” y cuando les toca a ellos, lo agarran hechos los Bartolos. Decretan el sufrimiento integral, eso sí, solo para el “pueblo sufrido”, para que nada desentone con el relato de orfandad y derrota que nos debe rendir deprimidos.

A los traficantes de tristeza les indigna que enfrentemos la dura realidad que esta guerra nos impone con nuestra venezolanísima jodedera. Y como no pueden con ella, descalifican nuestra alegría como inconsciencia, falta de formación, tercermundismo, desorden, conformismo… y yo pienso en el ejército de Bolívar, y en el montón de anécdotas geniales que nos dejó la historia y no me los imagino venciendo al imperio español si hubieran ido a la batalla arrastrando los pies apesadumbrados, negándose su propia esencia desenfadada, jodedora, optimista… negándose la fuerza que inyecta en el alma una sonora carcajada. 

En cambio me imagino clarito al ejército español marchando poderoso y soberbio hacia la derrota, mientras se preguntaba: ¿de qué se ríen esos carajos?


Palabras más, palabras menos

En esta guerra las palabras son balas, incluso las que no se pronuncian. Es tan duro el asedio que hasta la omisión de una palabra alimenta la hoguera comunicacional que nos quiere consumir. Agobiados por la guerra, dejamos de nombrarla y usamos la palabra “crisis” que nos impone el enemigo, la que lo encubre, la que invisibiliza su ataque feroz, la que lo libra de culpas, la que te culpa a ti, la que culpa a los compañeros, la que desalienta, la que separa, la que te roba la esperanza y te derrota.

El enemigo camufla la guerra enumerando sus consecuencias dramáticas, que nos duelen en el alma, como echándole sal a una herida y cuando el dolor se afinca, nos tapa el sol del ataque con el dedo de las palabras “ineficiencia”, “corrupción”, “incapacidad”… siempre atadas a las palabras “socialismo”, “chavismo”, “revolución”, estas a su vez ligadas inevitablemente a “fracaso”… decretando la urgente necesidad de ponerle fin al “desastre”, palabra favorita de todas, que se cuela en nuestra trinchera atada a las palabras “desconexión”, “abandono”, “capitulación” e inevitablemente la palabra “traición”.

Abundan entonces las oraciones prefabricadas, convertidas en letanías que se pronuncian en modo piloto automático. Y medias verdades y grandes mentiras se repiten como mantras que terminan explotando en nuestra propia trinchera, mientras el enemigo come cotufas encantado y arrecia sus cañonazos. 

La guerra no existe, “es el gobierno que no la detiene” porque “en China fusilan a los corruptos” y “el gobierno tiene que nacionalizar los medios de producción” y “tienen que supervisar” y “tiene que hacerme caso a mi”… Y es que también están las palabras que dicen exactamente lo que hay que hacer y que el gobierno no hace. Entonces la palabra “crisis” se rodea de soluciones que parecen tan sencillas como el simple hecho de pronunciarlas y si el gobierno no las aplica, o si las aplica y el enemigo responde -ahí vamos otra vez- el gobierno es culpable por “ineficiente”, “corrupto”, “incapaz”… No es que sí, no es que no, es que si quieres que te cuente el cuento del gallo pelón.

Y los tomates y cebollas se pudren en los supermercados mientras sigue subiendo su precio, derrumbando a patadas en el estómago a la sagrada ley de la oferta y la demanda, pero no es una guerra. Y ayer en la Casa Blanca se habló de incluirnos en la lista de países que patrocinan el terrorismo -¡ellos a nosotros!- pero no es una guerra. Y la semana pasada, un banco de Inglaterra se apropió 14 toneladas del oro de nuestras reservas, pero ¡shhhh!, que estoy hablando de la “crisis, de la desigualdad, de la camionetica, de la rabia que tengo porque ya no somos el país más feliz del mundo que fuimos, allá en 2007. ¡Ay, Chávez, cuánta falta nos haces!”

Y con cuatro palabras lloronas Chávez se convierte, para ellos, en sinónimo de orfandad, de desamparo, de impotencia y no de fortaleza, convicción, valentía indoblegable… de grandeza, que es lo que es Chávez… Y se apropian de su nombre para justificar el “miedo” y “cansancio” que nunca pronuncian en primera persona, como tampoco pronuncian la palabra “guerra” que los provoca.

Palabras más, palabras menos, en esta guerra tan dura, es tarea de todos afinar con precisión y no perder la puntería.